PARRESHÍA

El solitario de palacio

El solitario de palacio

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Cuando la realidad te alcanza.

El prometer no empobrece, el dar es lo que aniquila.

En otras palabras, no es lo mismo campaña que gobierno. El propio López Obrador, en un momento de honestidad verdadera lo aceptó ante las cámaras.

Es la otra cara del poder, la que no se ve, la que no brilla, la que se sufre.

Por algo le llaman "El solitario de Palacio", porque se sufre a solas.

Es el poder como toma de decisión, como admisión de una realidad indomable, como optar entre los menores de los males, como aceptación de nuestras limitaciones, como dolor.

Es tener que decidir, quemar horas en estudiar los problemas, en buscar soluciones, en construir acuerdos, en desarmar intereses, en armar estrategias. Es la paciencia del cazador, la inteligencia del estadista, la valentía del hombre de Estado. Es orden, rutina, método de trabajo, ciencia política. Son interminables horas de trabajo deslucido, en soledad, en cansancio.

Lo que solemos ver es el boato que acompaña al poder, pero nunca vemos las noches en vela de los Presidentes ante la magnitud de los problemas irresolubles, las puñaladas de la traición, el peso del desengaño, la rabia ante la impotencia.

Se cree que los Presidentes son omnipotentes y sí lo son en caprichos, necedades e imposiciones personales; más no en la solución de problemas estructurales o conflictos sociales o crisis económicas o desastres naturales, donde la combinación de intereses y elementos hacen casi imposible la articulación de acciones y limitan el margen de decisión.

Por eso es tan común verlos darse a la fuga, que nuestros presidentes terminen resolviendo los problemas del tercer mundo o el estado de las bancas en las escuelas o el pavimentado de una calle, en vez de atender de fondo los grandes problemas nacionales, para usar el gran término acuñado por Don Andrés Molina Enríquez.

Pero esto suele pasar ya entrado el tiempo en el ejercicio del poder, cuando empieza el declive o acaba la borrachera del poder.

Por eso sorprende que Andrés Manuel, aún sin tomar posesión tome las de peteneras, agarre su maletita y regrese casi en calidad de urgencia al templete y mitin, como si el aire le faltara.

El problema es que ya en él, su papel estelar de opositor, que tan bien maneja y donde se siente más cómodo, le gana al de Presidente Electo que ya es.

No nos extrañe verlo mañana cual Santa Anna levantándose contra el gobierno que él mismo preside, porque de tiempo sabemos que eso es lo suyo, no gobernar.

Como era de esperarse, el gallinero se alebrestó porque no es lo mismo decir que todo está mal siendo opositor a decirlo como Presidente Electo.

Imagine Usted ser un inversionista con un monto multimillonario al alcance de la tecla de su computadora y escuchar de voz de quien va a gobernar México a partir del primero de diciembre que la Nación está quebrada, cómo reaccionaría, por lo menos pensaría dos veces el destino de su inversión. Que lo diga siendo opositor tiene un valor, que lo haga con acceso a la información oficial, otro.

Es entendible el desencanto y frustración de López Obrador, al saber que todos sus sueños y compromisos son inalcanzables, pero en el fondo bien sabía que las condiciones de astringencia presupuestaria son estructurales y no todo es por producto de la corrupción, ni se soluciona con voluntarismo y austeridad franciscana.

Desconozco si López Obrador tendrá el empaque para enfrentar la realidad de fracaso que tanto señala, que no es lo mismo ver los toros desde el burladero que desde la arena, pero me espanta que se dé a la fuga aún antes de empezar.


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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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