Cuando los partidos mataron a la democracia
Corría 1942 y Schattschneider escribía en "Party Government": "la democracia moderna es impensable sin los partidos". Faltaba mucho para que Mair proclamara en "Gobernando el vacío": "La era de la democracia de partidos ha pasado" (2015).
Sin importar los tiempos, ambas afirmaciones se corresponden. Si bien el primero sostenía que habría partidos en tanto hubiese democracia, el segundo nos propone que el fracaso de los partidos implica el fracaso de la democracia, o, al menos del gobierno representativo, en palabras de Dalton y Wattenberg.
El 2 de julio amanecimos prácticamente sin partidos, los referentes en juego demostraron ser solo membretes sostenidos a base de prerrogativas públicas, sin verdadero apoyo social. El triunfador es un movimiento de corte populista, una feligresía dogmática, belicosa y vindicante, no un partido. Lo que hoy se presenta como oposición es aún imposible describirlo, pero tampoco lo es.
Una cosa queda clara, el sistema de partidos mexicano dejó de ser.
¿Y la democracia? ¿Es ésta posible sin partidos? Y, por ende, ¿es dable un gobierno representativo y las libertades que ella implica?
That is the question.
A quienes hemos sido críticos de los partidos se nos tachó de antidemocráticos, confundiendo el sistema con sus actores, defendiendo por iglesia a sus sacerdotes. Hay inclusive, en el altamente cuestionable y rabioso proceder del INE en contra de los independientes, una especie de cruzada miope en defensa de los partidos creyendo defender lo poco que quedaba de democracia en nuestra democracia y que con maestría de aprendiz de brujo ayudaron a enterrar los Consejeros Electorales y el Tribunal el pasado 1º de junio.
Pero ajeno a las culpas, la muerte de los partidos puede significar una nueva edad media en materia política. El populismo que se expande viralmente por la tierra así lo apunta.
El fin de las democracias, lo es también de las libertades y derechos.
¿Lo será también del ciudadano?
Urgidos estamos de inventar nuevos sistemas de organización y participación ciudadanas a escala global.
Mair escribe sobre el vaciamiento del espacio público por la banalización de la democracia occidental, lo cual impone un reto más en la reconstrucción del espacio público: ¿cómo reconstruir en el vacío?
Así como no hay, por lo menos hasta ahora, democracia sin partidos, no puede haber espacio público sin ciudadanos y la indiferencia de éstos para con la política y la democracia, lo es, sin que se den cuenta, a sus libertades y derechos.
Y para quienes me respondan que sí tenemos partidos, concederé que sí, tan falsos como nuestra democracia que, en palabras de Lord Hailsham, corre a ser una "dictadura electiva".
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