ELECTOGRAMA

Aspirante presidencial contra derechos ciudadanos

Aspirante presidencial contra derechos ciudadanos

Foto Copyright: lfmopinion.com

El absurdo como propuesta.

Es tal la profundidad de la crisis política que vivimos, que es posible que un aspirante a la Presidencia tenga como única propuesta balbuceada la conculcación de derechos políticos fundamentales y nadie repare en ello.

Oímos la conversación más no escuchamos; su ruido incentiva nuestras emociones irascibles, pero no despierta ideas ni acciona el raciocinio.

Creo encontrarme inscrito entre quienes sistemáticamente han criticado a nuestra partidocracia, sus lacras y excesos, pero jamás me atrevería a proponer la proscripción absoluta de los partidos, porque son estructuras que responden a los Derechos Humanos de pensamiento y expresión, así como de asociación y participación políticas.

A las estructuras partidistas hay que reformarlas, reencauzarlas, acotarlas, sanearlas; lo que usted quiera y mande, pero no desaparecerlas, porque responden a derechos elementales ciudadanos. Proscribirlas es atacar el corazón mismo de la ciudadanía, de la Re-Pública y de la política.

En su obra "Senderos que se bifurcan. Reflexiones sobre neoliberalismo y democracia", Fernando Escalante hace un recorrido a vuelo de pájaro sobre la evolución del liberalismo y sus tensiones siempre presentes con la democracia. Así nos dice que la primera generación de derechos, llamémosles liberales por lo pronto, fueron "derechos civiles: libertad de conciencia, libertad de expresión, libertad de tránsito, protección de la privacidad"; pero tras las revoluciones norteamericana y francesa, y las independencias de las colonias españolas, la conversación pasó de cómo limitar el poder de la monarquía a plantear el problema de la soberanía: quién gobierna. Surge la soberanía inmanente y de ella la necesidad de su representación política. Con ello se incorporan al liberalismo una segunda generación de derechos, éstos de naturaleza política: libertad de asociación, libertad de manifestación y derecho a votar y ser votado.

Pero tras la Primera Guerra Mundial y ante la amenaza de la Segunda, en 1938 (Coloquio Walter Lippmann) los derechos civiles y políticos pasan a un segundo plano en la escala de valores del liberalismo, que así entroniza como eje central garantizar el libre juego de los precios: libertades económicas por sobre libertades políticas. "Para proteger el mercado, que es la piedra de toque del liberalismo, es necesario poner las libertades económicas más allá de la política, fuera del alcance de la mayoría" (Escalante).

El neoliberalismo que surge en ese 1938 señala como enemigos del mercado al Estado, la política y la democracia. El planteamiento hace agua desde el primer momento, porque el mercado para funcionar requiere de un Estado fuerte que lo defienda del pueblo que lo padece. Pero eso es harina de otro costal.

El neoliberalismo, pues, prima mercado por sobre política, ciudadanía y democracia. Más aún, son éstas sus enemigas por antonomasia. De allí que la Thatcher dijera que no existe la sociedad, solo el individuo; porque la polis implica comunidad, deliberación, organización y participación, es decir, política.

Cita Escalante en su texto a Wendy Brown: "Conforme el neoliberalismo lanza una guerra contra los bienes públicos y contra la idea misma de un público, incluida la ciudadanía más allá de la pertenencia, se reduce de modo dramático la vida pública sin matar la política."

El modelo de desarrollo impuesto desde los organismos financieros internacionales busca clientes más que ciudadanos, consumidores más que pueblo soberano, espectadores mediatizados por sobre seres pensantes.

El triunfo del neoliberalismo, sostiene Escalante, "ha significado un cambio cultural. Es un fenómeno difuso, más difícil de identificar en cosas concretas pero indudable. Se manifiesta en dos rasgos: el descrédito de lo público y la justificación de la desigualdad."

En este descrédito y desigualdad, por supuesto sin tener idea de nada de ello, se inscribe el absurdo de la botarga de El Bronco, Jaime Rodríguez, de tener como única propuesta para llegar a la Presidencia de la República la desaparición de los partidos. Independizar a México de los partidos y jubilarlos sin pensión. Tal es su propuesta, plataforma y programa de gobierno. Como si desapareciendo a los partidos los problemas reales de México, seguridad, desarrollo, justicia, salud, educación, desigualdad, legalidad, corrupción, impunidad, etc., se disolvieran por arte de magia.

Pero ojalá el tema se agotara en la falacia y demagogia del planteamiento.

Seguramente al zopenco de Rodríguez no le alcanzan las entendederas de su caballo para comprenderlo, pero su propuesta atenta directamente contra el ciudadano, la democracia y la política. Los partidos son asociaciones ciudadanas para tratar los temas que nos son comunes. No son producto de generación espontánea, fueron conquistas sangrientas y son hoy día el último bastión de la polis contra el mercado, de la dignidad y derechos del hombre contra el mercado como deidad.

No por tirar sus corruptas dirigencias, su medro mercantil y neurosis políticas, tiremos con el agua sucia al niño: los derechos ciudadanos de asociación y participación políticos.

La democracia, concluye Escalante, "necesita un mínimo de solidaridad, la idea por frágil que sea de un destino compartido, la idea de que es justo adoptar soluciones colectivas a problemas colectivos, y que todos somos de alguna manera responsables del destino de los demás. El funcionamiento de la democracia, incluso la legitimidad de la democracia como régimen, depende de que pueda pensarse una comunidad política, con un interés compartido."

Lo que propone este mentecato, sin saberlo ni darse cuenta, no es el fin de los partidos, sino de la comunidad, la política y la democracia. Un mundo de seres independientes, sin lazos de comunidad ni identidad, sin solidaridad ni corresponsabilidades. La ley de la selva, el triunfo del más fuerte,

homo homine lupus

, la desigualdad por naturaleza y por destino. El aislamiento en la masa informe y manipulada.
Lo peor es que en una supuesta época garantista, alguien pueda atentar contra derechos elementales como propuesta de política pública sin que nadie se llame a arrebato.

Concluyo, el propio Rodríguez ahora promueve la asociación de independientes, otra contradicción en sus términos, un partido de independientes contra los partidos. De tal consistencia es la sandez de sus ocurrencias.

PS.- La semana terminó en tablas: López Obrador zurciendo el tejido roto por sus arranques contra intelectuales, medios fifis y Corte; Meade agradecido de que la Clouthier le diera pie a una gracejada que finalmente le prendió (Yo mero), y Anaya sin poder contestar nada coherente contra la nueva denuncia de corrupción en su contra.

#LFMOpinión
#JaimeRodríguez
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@DerechosHumanos
#2018


Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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