PARRESHÍA

Cracia sin Demos

Cracia sin Demos

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Ciudadanización sin ciudadanos

Contra la fiebre de la ciudadanización fui un crítico sin cuartel. Empezando por su farsa: fue una ciudadanización sin ciudadanos.

La puesta en escena fue para partidizar a los órganos electorales por la puerta trasera en reversión de la reforma del 90 (COFIPE) y tomar por asalto al órgano supremo electoral por el “cuotismo” partidista.

Recordemos, en 1990 se les retiró a los partidos el derecho al voto en el Consejo General del recién creado IFE (hoy INE) y así surgía, en ese preciso momento, la partidocracia que hoy nos tiene en el fondo del abismo. Todos los partidos se unieron entonces contra el órgano electoral para retomar su control a trasmano.

Aprovechando la crisis del 94 con el asesinato de Colosio, dieron el golpe artero e impusieron a representantes de partido embozados en la angelical figura de los "ciudadanizados". Ciudadanos apolíticos, apartidistas, más allá del bien y del mal, sin apetitos de poder, presumieron ser. Pero tras de ellos no había ciudadanía alguna, más allá de la de ellos mismos. Había partidos, intereses partidistas, voracidad embozada.

La historia hoy no puede negar mi aserto de entonces. Salvo honrosas y contadas excepciones, la gran mayoría de los consejeros ciudadanos y electorales han tenido (tienen) una vida partidista activa después de su puesta en escena.

Pero la no ciudadanización de los "ciudadanizados", no fue exclusivamente por ello, ni lo más grave, sino por el severo daño que impusieron a la democracia con su simulación. Lo alerté en su momento. Nadie hizo caso. La ciudadanización no podía ser ni persistir en once pelados; la ciudadanización implicaba la participación activa, decidida y comprometida de los ciudadanos de a pie, no solo el relumbrón de santones e impostores.

La lección que se envió fue castrante: ya conquistamos la democracia, gracias a los nuevos padres de la patria los ciudadanos podemos desentendernos de sus obligaciones cívicas y democráticas; ellos se encargan de todo. ¡Albricias! ¡Viva la Democracia!

¿Y qué fue lo que paso? Se encumbró una partidocracia que sólo vio por las dinámicas propias de los partidos y se arrumbó la educación cívica, el control ciudadano del poder, la participación y vigilancia ciudadanas.

Una partidocracia que secuestró para sí la política y la República.

Gastamos millones en elecciones infantiles, pero cero en enseñar al ciudadano activo sus obligaciones políticas.

Mientras menos ciudadanía hubiese en nuestra democracia, mejor para las oligarquías de partido.

¿Y dónde estamos? En crisis ciudadana, política, democrática, de partidos y de poder. En la 4T.

Hoy la democracia es asediada desde el poder y los paladines ciudadanizados han demostrado los verdaderos alcances de su parodia.

Pero la culpa no es de ellos, que aceptaron jugar de Rock Star de la democracia y no de modestos funcionarios públicos; la culpa es de una ciudadanía que prefirió jugar de espectador y no en la cancha.

Y ya no hablo de la otra gran pantomima que pretenden ser las consultas ciudadanas, hablo de una ciudadanía activa, pendiente, crítica, cotidiana, interesada, informada, demandante. Todo lo que no somos.

La partidocracia marginó al ciudadano, pervirtió con dinero la razón de ser de los partidos y abrió las puertas del poder a empaques y popularidades.

Dudo que lleguen a mil los ciudadanos que entiendan las especificidades de nuestro abigarrado sistema de representación política.

Hoy que contesto a quien me pregunta sobre las próximas elecciones, no distraerse con los fuegos de artificio mañaneros y poner atención casuística en los candidatos de su distrito y en las listas nominales de su circunscripción, encuentro que no saben de lo que hablo. ¿Elecciones locales y federales, mayoría relativa y representación proporcional, candidatos a diputados, a alcaldes; listas nominales, voto de arrastre, participación ciudadana, organización social? La gran mayoría son ciudadanos de la República del Twitter, pero no saben cómo se llaman sus vecinos.

Hoy las cámaras federales están llenas de estiércol porque en el 2018 una gran y ciega mayoría no supo ni por quién votó. Al día de hoy, muchos mexicanos desconocen quién es su diputado y su senador. Y casi todos se sorprendieron cuando supieron a quién había electo por alcalde o diputado local. Las Clitalis, los Salgados, los Noroñas, las Nestoras no llegaron por aliento divino. No nos sorprendamos ahora de nuestros Frankesteins.

Pero no sólo Morena; se requiere microscopio para encontrar un político verdadero en el Congreso.

Nos equivocamos de cabo a rabo, no era ciudadanizar los órganos electorales; era ciudadanizar a los ciudadanos, educarlos para ser ciudadanos, no únicamente electores esporádicos y rabiosos.

Construimos una democracia sin ciudadanos y hoy que sólo los ciudadanos pueden salvar la democracia, no saben cómo porque la "ciudadanización" de nuestra democrática fue una farsa. No fortalecimos ciudadanía, sino partidocracia. Hoy lo pagamos. Los partidos en crisis, los ciudadanos en pañales, la República en vilo.

Ahora que necesitamos que la ciudadanía se defienda, defienda libertades y derechos, instituciones y democracia, sociedad y Estado, caemos en cuenta que hace mucho abdicamos de nuestra ciudadanía en favor de unos santones soberbios y taimados, y de una política convertida en negocio partidario.

Merecido lo tenemos.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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