POLÍTICA

Con México han topada

Con México han topada

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Las dirigencias nacionales enfrentan hoy el rechazo abierto de lo local.

La óptica política nacional sufrió de un golpe de miopía bajo el encandilamiento del llamado Pacto por México.

En una borrachera de efectividad mediática y altos costos políticos, este gobierno abrió el sexenio con un pacto cupular entre las tres principales fuerzas políticas. El propósito era bueno, su implementación fue desastrosa. Por supuesto que el famoso pacto salió adelante en lo formal, su consumación está hoy más que nunca en juego.

Pero centrémonos en la construcción del pacto.

Su hechura fue cupular, un diálogo de sordos entre tres presidentes de partidos y un puñado de funcionarios peñistas. No hubo hacia dentro de las organizaciones partidistas construcción de acuerdos, socialización de propósitos, ánimo cohesionador. Bueno, no hubo siquiera debate legislativo. Al más viejo estilo hegemónico, las dirigencias impusieron a sus bancadas iniciativas procesadas en lo obscurito, cerradas en tanto imposibilidad de moverles una coma y negociadas bajo un esquema que sacrificó el mérito de las iniciativas ante la fuerza negociadora de su impulsor. Todo termino en un mercadeo de fichas: si quieres que mis diputados y senadores voten por tu iniciativa, los tuyos tienen que votar por la mía. Qué decían las iniciativas y cuál su oportunidad e idoneidad era lo de menos, privó sobre ellas el regateo más vil ante los intereses de la nación.

Cuentan que al someterse a votación la reforma electorera, que no política, algún consultor le preguntó a uno de los líderes de la bancadas si tenía claros los riesgo que implicaban algunos artículos y que éste le contestó: ¿tú sabes qué se está votando? Yo no.

Ni qué decir de socializar los proyectos ante la sociedad civil, nada de mesas de consultas públicas, foros abiertos, construcción de acuerdos o al menos una masa crítica que ayudase a tragar las ruedas de molino.

En ese desdén por la política, fueron sacrificados también los gobiernos estatales y las entidades federativas. Para qué involucrarlos, si aquí nos entendemos a todo dar los seis changos que negociamos e imperdonamos al país entero.

El pacto, pues, salió, pero con fórceps, a grado tal que le costó la cabeza a los presidentes del PAN y del PRD.

El del PRI, que jugó de peón de los burócratas mayores del peñismo, regresó a su ámbito anodino en el que persiste flotando.

Ahora bien, en ese espejismo de eficacia política, la óptica nacional sufrió una deformación de miopía que ha llevado a la clase política a creer que todo se procesa y arregla en el centro.

Hoy sabemos, además, que el que así no lo entienda Hacienda le quiebra las corvas con amañadas retención de recursos.

Bajo ese esquema vivimos, despotismo hacendario, cerrazón política y sumisión local.

Pero las élites políticas no son las fuerzas políticas. Se equivoca el que las confunda.

Y ahora, que bajo la óptica pactista, las dirigencias partidistas arman sus coaliciones en lo cupular y en lo obscurito, sin consultar bases militantes y menos considerar a las fuerzas políticas locales, sus castillos de naipes y sueños de poder, se estrellan con la realidad política.

Rebeliones en sus filas, deserciones, si bien en ellas van mezcladas voracidades desbocadas con incompatibilidades ideológicas y pérdida de identidad partidaria.

Pero más allá de las figuras y desfiguros de escándalo mediático, las dirigencias nacionales enfrentan hoy, sin distinción de colores, el rechazo abierto de los niveles locales de sus organizaciones.

Se han topado con México.

Ese México que creyeron borrar de un plumazo sobre un papel llamado Pacto.

Creyeron que ellos eran México, y así como en su locura nacionalizaron lo electoral, robando del ámbito local el procesamiento y solución de la realidad y conflictividad locales, para resolverla en el centro sin conocimiento de circunstancias, fuerzas reales y contextos, pretenden ahora, desde aquí, imponer coaliciones, pactos, arreglos, cuotas y, finalmente, candidaturas, a fuerzas vivas, actuantes y aguerridas que, perdón por el exceso, ya están hasta la madre de la soberbia centralista de sus dirigencias nacionales.

En el caso del PRI la cosa se agrava, porque por sobre el centralismo ciego y sordo de sus dirigentes, reciben el insulto de que éstos desconocen el PRI y al priismo, y pretenden imponer sus decisiones bajo un halo de liderazgo y autoridad moral de la que carecen.

Desconocen los dirigentes priistas que el PRI nunca ha sido un animal dócil, aunque así se presuma por el espejismo de su proverbial disciplina. En el subsuelo de esa disciplina siguen corriendo los ríos de magma encontrados en circuitos centrífugos que amenazaron con romper el tejido social resultante de la Revolución y obligaron a Calles a ceder caudillismo por institucionalidad.

El que lo sufre es el precandidato Meade, quien empieza a sentir el silencio de los brazos caídos tras el aplauso escenográfico.

Chiapas es un error estratégico que debería costar media docena de cabezas, si Meade quiere ganar.

El hecho es que los anteojos con que los partidos nacionales ven la realidad nacional deforman su vista y entendimiento.

Lo que hace al mandato es la obediencia y a las dirigencias nacionales de los partidos las están dejando de obedecer.

Una expresión más, de la crisis terminal de nuestro sistema partidocrático.

PS.- Bien las iniciativas anticorrupción de Meade, oportunas y ajenas a lo insulso de las precampañas; pero encargarselas a Gamboa y Camacho, que tiene congestionado el Congreso por su innata incapacidad operativa es una pésima señal, hubiera valido la pena reunirse con todos los senadores y diputados, a ponerles ante la opinión pública las caras de esos dos próceres del peñismo de salida.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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