POLÍTICA

Psicosis del poder

Psicosis del poder

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La crisis del Estado moderno es previa a la globalización y no se ha más que acendrado.

He sido un observador del poder desde que tengo memoria. Las ausencias paternas adjudicadas al trabajo político y la excesiva ingerencia de la abuela materna en la vida familiar me plantearon desde muy pequeño el problema entre el poder formal y real.

Desde aquella primera época el poder me mostró su propiedad de disimulo y carácter inestable: no siempre está con quien formalmente lo detenta o aparenta; y su estado natural es de permanente mutación: nadie lo tiene asegurado. Lo único seguro del poder es ser inasible.

Confieso que desde entonces visualice al poder como algo noble y útil para hacer el bien, intrigándome, sin embargo, sus deformaciones, abusos y enfermedades.

Reconozco, no obstante, mi iluso romanticismo hacia el poder, pensando que a la larga siempre terminaría por prevalecer su uso debido sobre cualesquiera de sus aberraciones.

Me molestaba que mi padre hiciera todo lo posible por apartarme de las vías del poder. Confieso que en aquellos años me sentía injustamente discriminado.

Muchos años tuvieron que pasar para darme cuenta que mi padre, conocedor de las miserias humanas que campean en los ámbitos del poder, no veía que mi romanticismo tuviese muchas posibilidades de sobrevivir en ellos y que abiertamente me deseaba mejor suerte, que perderme en sus meandros.

En alguna ocasión le platiqué mi interés por la política y me sorprendió su respuesta. Él, un político profesional y reconocido con amplia carrera, me contestó que desearía jamás haber entrado a la política.

Prácticamente me dijo que cuando quiso salirse le fue imposible por las cargas propias de una familia de nueve hijos.

Su contestación no pudo ser más desconcertante para mí, que siempre creí que él tenía una fruición por el poder. Tuvieron que pasar mucho años para diferenciar entre política y poder. Si bien los dos suelen ir de la mano, no son una y la misma cosa. A él lo que le apasionaba era la política, no el poder per se. Sin la política el poder carece de sentido y se reduce a fuerza o enfermedad.

Orientado hacia la política estudie derecho, ciencia que si bien me gusta jamás me llenó. Conforme pasaban los semestres más me sentía fuera de lugar y confieso que me recibí por necesidad, más no por convicción.

Llegado el momento de enfrentar la tesis profesional escribí, inmerso en la confusión de una crisis vocacional que entonces no entendía, un texto sobre lo que yo creí era el Estado de Derecho. Concluida la llevé al director de la carrera que me corrió de su oficina con la expresa amenaza de mandarme a podrir mis huesos a un seminario de tesis de alguna materia que, estaba cierto, sería la antípoda de mis intereses.

Salía mentando madres cuando tope con el Padre Miguel Villoro, cuyas clases fueron de las pocas que llamaron mi atención en aquella carrera que cursé en franco extravió. Qué te pasa hijo, me preguntó. Le conté de mi altercado con el director y me decisión de no recibirme jamás. Paciente como era me pidió le permitiera leer mi tesis y lo buscará en una semana. Lo hice y se ofertó a abogar por mi causa, solicitar lo nombrasen mi director de tesis y me dio una bibliografía para enriquecer mi investigación y texto.

Un año de lectura y escritura sin respiro me llevó dicho enriquecimiento. La tesis, sin embargo tenía de derecho lo que Marte de Venus, pero en tratándose del Padre Villoro el Director de la carrera tuvo que guardar silencio. Y aquello que empezó como una tesis sobre el Estado de derecho, concluyó como un análisis del poder, que por título llevó La política y el mexicano.

Desde hace varios años he querido regresar a ella, ya con el bagaje de muchos años en el sector público y conocimiento de primera mano de las deformaciones del poder.

No dudo que la visión juvenil y romántica de la política durante mis años mozos se haya agriado con los años y con el contacto con la realidad. A lo largo de muchos años he tenido la oportunidad de conocer, trabajar y aprender de gente honorable, capaz, comprometida y lúcida. Pero por igual me he topado con medianías, ignorancias, voracidades, cinismos y patologías epónimas.

Con esta siempre presente dualidad, también creo que desde hace varias décadas la política entró en una severa crisis de la que no halla salida. El tema de la razón, alcances y posibilidades reales de la política ronda los análisis de fondo desde principios del siglo pasado. La crisis del Estado moderno es previa a la globalización y no se ha más que acendrado. La subsistencia y necesidad de la política se discute en ámbitos académicos desde mediados del siglo pasado.

Pero la política no sólo se ha visto asediada desde adentro por ausencia de ideas, avidez de poder y afanes depredatorios. La política como espectáculo derivó, primero, en espectáculo sin política y luego en franco ruido.

El dinero también ha gravitado contra la política, por un lado convirtiéndola en botín y entronizando personajes de opereta con complejo de Ali Baba; por otro, asociando dinero y publicidad, en el paradigma de que política y gobernar es simplemente manejo de imagen y gasto publicitario.

Tal vez algún día recuperé aquella vieja tesis profesional y la reescriba con la visión de una vida dedicada a observar las miserias y glorias de la política nacional. Por lo pronto, sirvan de entremés las postales que del acontecer nacional les comparto en estas páginas.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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