POLÍTICA

Desconfianza institucionalizada

Desconfianza institucionalizada

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No es el producto, sino el fabricante, su marca desprestigiada y odiada.

Cenando el sábado con unos amigos, una dijo que su problema era que ya no confiaba en las instituciones.

La afirmación me sorprendió, porque lleva la discusión mucho más allá de las apariencias, la desinformación, la manipulación y las torpezas de nuestros actores políticos y sus acólitos en redes.

En otras palabras, no es un problema de reformas, nuevas leyes, nombramientos, coaliciones, precampañas o finalmente elecciones.

Es un problema de desconfianza ontológica hacia el Estado.

Lo he venido diciendo por años, pero no es tema de hashtag. El Estado es una convención política cuya legitimidad debe renovarse todos los días. No es algo dado para siempre, es una construcción que nunca para ni concluye.

El Estado se sostiene en sus resultados, vive de su eficacia, es valorado por sus hechos. Pero nuestros partidos se olvidaron de ello y han vivido en una borrachera electorera en la que creen que los humos del alcohol patidocrático son la única y verdadera realidad.

Ajeno a ellos, la sociedad los observa con desafecto y desconfianza.

En sus apuestas electoreras olvidaron que los que hace al mandato es la obediencia y al gobierno su eficacia; obstinados en reducir la política a lo electoral, desdeñaron su razón de ser, la efectividad, y al hacerlo restañaron, cuando no derrumbaron instituciones.

Y ese es hoy el problema, el mexicano ya no cree en sus instituciones, no importa quien las encabece, ni cómo las administre.

Cualquiera puede hacer de ellas rehilete o utilizarlas como tiro al blanco o carnada clientelar. Si hay que pisotear una institución para agenciarse unos cuantos votos, se le destruye sin parar mientes de los daños irreparables, hasta que el barco hace agua por la falta de ese instrumento vital para la gobernanza, pero ya entonces es demasiado tarde.

Puede que la Ley de Seguridad Interior sea perfecta, perfectible o una inmundicia; jamás lo sabremos porque nació muerta. Algunos de nuestros legisladores la festinan como hito nacional, otros como el fin del mundo. La verdad es que en política, como la esposa del Cesar, no sólo hay que ser, sino también parecer; y nada han hecho nuestras Cámaras que logre un mínimo de reconocimiento ciudadano. Sus productos envilecen la convivencia, no por sus méritos, sino por sus formas y procesamientos. Han convertido el Congreso en un mercado, circo y estercolero; el daño institucional y político al poder Legislativo es terminal e irreversible. No importa lo que hagan, ni en sus casas les han de creer que hicieron las cosas bien. No es el producto, sino el fabricante, su marca desprestigiada y odiada.

Convencidos de que todo se reduce a ganar la próxima elección, se olvidaron de gobernar, mejor dicho, hicieron del gobierno parte de la contienda electoral eterna. Desvirtuada la naturaleza del gobierno, desprestigiaron política e instituciones.

Hoy mi amiga no confía en lo que debiera mantenernos unidos, no bajo presión, sino por libre convencimiento de que es lo que nos conviene. No importa ya lo que hagan, propongan y argumenten, todos sus actos solo profundizan su tumba.

Una vez que se pierde el sentido de pertenencia y la certeza en las bondades de la unidad, no queda más que el amasijo primordial de la masa humana, maleable en exceso y condenada a los totalitarismo de signo diverso.

La partidocracia se creyó y compró la narrativa de sus publicistas, pero se olvidó de la política y sus resultados.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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