POLÍTICA

Cuota mata mérito y tortura política

Cuota mata mérito y tortura política

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Todos lo callan y chorrean bilis a mares en silencio y desesperación

Hay temas que son políticamente correctos, siendo esencialmente incorrectos.

Son correctos en el sentido de que todos se pliegan a él, a riesgo ser excluidos de la corriente principal.

Pero son incorrectos por su planteamiento, propósito y efectos.

Así, aunque una gran mayoría se halle convencida de sus perjuicios, lo pondera cual panacea.

Tal es el tema del cuotismo, viejo conocido de este espacio.

Dicen que cuando le preguntaron a Peña Nieto por qué había comprometido la cuota del 50% de escaños legislativos a las mujeres, éste contestó que se dejó llevar por la emoción de un acto matraquero. Así se toman las decisiones de régimen en este país, al calor del acarreo.

Los primeros en llegar a la histeria con el compromiso peñista fueron los dirigentes de partidos; y en la histeria siguen ante el problemón que implica cumplirlo.

En discurso suena a todo dar la paridad de representación de géneros en postulaciones a cargo de elección popular, pero en la realidad es el mayor problema que enfrentan todos los partidos en México.
Todos lo callan, pero chorrean bilis a mares en silencio y desesperación.

Más aún con las taxativas que al respecto se han ido sumando al cuotismo. No basta con postular mujeres, hay que hacerlo en paridad de condiciones competitivas, es decir, en distritos donde históricamente el partido tenga posibilidades de ganar. Y como todos los partidos pierden más distritos de los que ganan, la lucha por los posiblemente ganadores se vuelve encarnizada.

Hay lugares donde el candidato idóneo y ganador es un hombre, por su trabajo de muchos años, capacidad, experiencia y popularidad, pero en el acomodo general el distrito le corresponde a una mujer, sin que en el espectro partidista haya quien pueda ser postulada. Se llega entonces a lanzar a la esposa del idóneo, a su hija, a su secretaria o a su amante. Para colmo, le piden al desplazado que haga la campaña por ella y pida votos para ella. Suponiendo que gane, a las Cámaras llegan personas sin oficio, sin experiencia, sin vocación y sin ganas. Están allí porque le tocaba a otro y la cuota se lo impidió.

El daño que esta simulación hace en los tejidos partidistas es mortal. Pronto no habrá nadie que quiera hacer labor militante, trabajo de tierra y compromiso partidista, habida cuenta que los méritos son vencidos por la cuota.

Eso por las candidaturas de mayoría, por lo que hace a las de lista, la paridad no solo debe ser en número, sino que además terceada, una mujer, al menos, en cada tres lugares de la lista. Y nada de que mujer propietaria y hombre suplente para honrar a las Juanitas, las fórmulas de propietario y suplente deben ser del mismo género.

En papel y discurso suena de maravilla, pero operarlo es un suplicio para todo partido.

Hay casos de lista, por ejemplo, donde existen tres o cuatro cuadros masculinos experimentados y perfectos para prestigiar al partido y asegurar un buen trabajo legislativo, pero por los acomodos partidarios en ese lugar debe ir una mujer y terminan enviando a la hermana de la gobernadora, a la prima del Presidente de Partido, a la novia del candidato a Senador o a la secretaria a la que le dictaron las listas.

Y, repito, tal es el nivel de quienes llegan al Congreso.

No es un problema de género, sino del método para procesar las postulaciones: el cuotismo.

El desempeño de las legisladoras que llegan a las Cámaras por el cuotismo habla por sí solo, basta revisar iniciativas, intervenciones en tribuna, aportaciones en comisión o gritos en el Bronx. En nada han cambiado los problemas que enfrentan las mujeres mexicanas en su vida diaria con más legisladoras mujeres. Que haya más mujeres calentando curules no ha beneficiado a la mujer, sino a las mujeres que calientan las poltronas.
El problema no se resuelve con cuotas, sino con cambios culturales.

Los partidos están por enfrentar uno de sus mayores retos posibles. Si de suyo la postulación de candidatos siempre es un momento de quiebre y riesgo, el elemento cuota de género imprime una complejidad adicional para su vida interior y para, la de suya, mellada fama de nuestra partidocracia.

Por supuesto las féminas de siempre están de plácemes y preparan maletas para saltar de una cámara a otra, sabedoras del monopolio que detentan.

El problema es de origen: democracia es la decisión de los más y cuando esa decisión está condicionada de antemano a cuotas, habrá lo que se quiera, pero no democracia.

Finalmente y en estricta justicia, ajeno al cuotismo hay mujeres valiosísimas que jamás requirieron ni requerirán de cuotas para llegar a donde quiera que sea. Vaya de ejemplo la finada Rosario Green, que en paz descanse, que honra y enorgullece a la política nacional y a las mujeres.

Igual es el caso de Marichuy, María de Jesús Patricio Martínez, que sin ocupar cargo ni medrar en partido alguno, ha hecha ya más por las mujeres indígenas en México, con su valiente postulación independiente, que varios cientos de legisladoras en décadas.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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