POLÍTICA

Chantaje, el método

Chantaje, el método

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El chantaje político electoral como instrumento y método de procesar nuestras contradicciones

La negociación ha acompañado a la política siempre.

Las cosas de los muchos solo pueden procesarse en acuerdos, lo demás es imposición, donde alguna de las partes pierde, queda dolida y tarde o temprano buscará romper el juego o el yugo.

La negociación política en México nunca ha faltado, incluso en las épocas del partido hegemónico se daba y honraba.

Pero en algún momento de la historia perdimos el camino y la brújula, e instauramos el chantaje político electoral como instrumento y método de procesar nuestras contradicciones.

Sostengo como hipótesis que ese momento fue la elección en Guanajuato de 1991.

Los candidatos eran Ramón Aguirre, Vicente Fox y el inefable Porfirio Muñoz Ledo. Por este último no votó ni él. Dato al margen.

Bien, ganó la elección Ramón Aguirre por el PRI y el PAN montó un gran pancho en periódicos norteamericanos. Subrayo el término gran pancho.

Estrenábamos el COFIPE, que si bien no se aplicaba a elecciones de Gobernador, instauraba en definitiva la judicialización de lo electoral.

Me explicó. Hasta entonces, la calificación de las elecciones era política. Un grupo reducido de congresistas electos se reunían y calificaban, entre discursos grandilocuentes, sesiones maratónicas y alguna que otra anécdota recuperable, las elecciones de diputados, senadores y Presidente. A partir del 91 desaparecen los colegios electorales y la etapa de resultados electorales se califica por órganos especializados (IFE, ahora INE) y dicha calificación puede ser impugnada ante tribunales de pleno derecho (TRIFE, ahora TEPJF) que son, al día de hoy, quienes dictan la última palabra en torno al triunfo electoral.

La judicialización de las elecciones, por cierto, había sido una demanda del PAN desde los años cincuenta y entonces, que podía utilizarla por primera vez, prefirió la presión mediática internacional que la ley.

Salinas, atado a una agenda internacional de gran calado, no quiso cotarro en ese frente y, en lugar de procesar el conflicto por las vías institucionales de nulidad de elección y elección extraordinaria, pactó la voluntad ciudadana con el PAN, sin mayor rigor jurídico ni pudor político: el Congreso de Guanajuato, bajo la batuta de Arturo Núñez, a la sazón Subsecretario de Gobernación, designó a Carlos Medina Plascencia Gobernador por seis años.

Nadie voto por él, jamás fue candidato, hizo campaña ni se instaló una urna. Peor aún, había un candidato ganador cuyo triunfo jamás fue impugnado por las vías jurisdiccionales y, por ende, quedó firme, definitivo e inatacable.

Si bien es cierto que Ramón Aguirre fue obligado a renunciar a su triunfo electoral, lo que procedía era a un gobernador interino que convocará a elecciones y a una nueva elección, no a una imposición de facto con careta de parlamentarismo.

Fue así que se instauraron las concertacesiones y con ellas el chantaje electoral.

Lo que no se gana en las urnas se arranca en Tribunales o en la presión política.

Poco después, Felipe Calderón, como Presidente del PAN, se empecinó en que les dieran Tejupilco porque así le cuadraba.

Era gobernador de Puebla, Manuel Bartlett, entonces priista, y en el abandono total del PRI nacional y del gobierno federal dio la pelea contra el chantaje mediático calderonista, pero los tiempos ya habían cambiado, los votos se negociaban, no se contaban.

Recientemente observamos otro intento de chantaje, en este caso con la elección de Coahuila, en donde Ricardito Anaya, en un papel de suyo lamentable de Chico rebelde y la aún más lastimosa parcialidad de algunos consejeros del INE intentaron chantajear a Peña.

No quiere esto decir que nuestras elecciones sean un dechado de pulcritud y bonhomía, y que el PRI sea la Madre Teresa de Calcuta, todo lo contrario. Pero sí que en el estercolero electoral no hay santos y que todos, al final, juegan al chantaje.

Desde 1991 venimos sufriendo el chantaje como elemento toral y a veces definitivo de las justas electorales.

Chantaje que, mimetizado en negociaciones partidarias, acuerdos del INE o sentencias de tribunales, se ha institucionalizado en la médula del sistema político electoral mexicano.

Chantaje que, desde hoy está presente en la elección del 2018 y habrá que torturar nuestras horas, días y meses, sin cuartel ni misericordia

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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