RAÍCES DE MANGLAR

El ballet de las masas

El ballet de las masas

Foto Copyright: VPI Tv

La fragancia del mercurio

Freddie Mercury no creía en la buena suerte o en el zodiaco; creía en la constancia y en el talento trabajado. Siempre fue consciente de su aura de estelar y no temía decirlo, pues su carisma no lo eximía de cierta arrogancia: "Nunca me he considerado líder de Queen. La persona más importante, quizá", declaró alguna vez en una entrevista claramente tramposa.

En estos tiempos de maniqueísmo comercial, productos "subculturales" y quimeras desatadas, es complicado no caer en ese oxidado lugar común que, con irremediable nostalgia, nombra a las cosas de antaño como mejores e insuperables. Digamos que es una salida fácil (siempre lo ha sido) de esta maraña; una huida cobarde de nuestra realidad, la que inexorablemente nos ha tocado vivir. Qué mejor manera de hacerlo que viajando sobre el lomo de la contradicción misma: un fenómeno de las masas para explicar la intimidad.

Nacido bajo el nombre de Farrokh Bulsara el 5 de septiembre de 1946 en la peculiar isla de Zanzibar y conocido a la postre como Freddie Mercury, este inglés de sangre persa fue una de las figuras más afortunadas de la música del siglo pasado. Su actitud poco ortodoxa y su genio creativo lo convirtieron en una de las efigies más alabadas y queridas; sin embargo, su silueta provoca que muchas veces se le aprecie más simbólicamente que por sus méritos musicales, los cuales vamos, es lo que más debería importar.

Un ejemplo fue su opus solista de 1985, Mr. Bad Guy, el cual ha sido prácticamente olvidado hasta por los fans más aguerridos, incluso a pesar de contener joyas como "Made In Heaven" y "I Was Born to Love You", las cuales si bien no son su mejor repertorio, son dignas representantes de su tiempo. A la fecha, lo más rescatado de ese disco (además de algunas canciones reacondicionadas para álbumes póstumos) es su portada: "Puse mi alma y corazón en ese álbum", lamentó el propio Mercury. Los años no le han hecho justicia.

Es cierto que su talento nato fue lo que hace que se le identifique como "La reina", en el sentido de que su rol como frontman fue y será incuestionable, pero también restaríamos importancia a lo conseguido por la maquinaría llamada Queen, de la cual sólo era parte. No obstante, hay que confesar que tanto sus composiciones como las de sus compañeros, brillaron gracias a su poderosa voz, el adjetivo más apto de entre todas las aristas que contenía su garganta; nunca perdió un ápice de calidad, de sustancia sobre contenido, incluso a pesar de que en muchas ocasiones estuvo a punto de desbordarse.

Tampoco debemos olvidar la faceta poco revisitada de Freddie; la del indignado y rencoroso que no guardaba pan para mayo. El mismo que con toda intención evidenció la mala praxis de los dueños de Trident (su antigua casa disquera): "Los dejamos atrás, como se dejan los excrementos. ¡Nos sentimos tan aliviados!", o el que en un arrebato de ira llamó al finado Sid Vicious "Mr. Ferociuos", y cómo no recordar cuando harto por las críticas de la prensa punk exclamó: "¡A la mierda! Yo le llevo el ballet a las masas". Ese Mercury iracundo y mordaz también es imperdible.

Artista divertido, soñador y tierno; hombre orgulloso, excéntrico y portentoso; ser humano cálido e increíblemente amado. Las huellas de su arte permanecerán en el salón de las musas como auténticos trofeos, y en el Olimpo ningún mausoleo, en su lugar un trono. ¿Qué otra cosa si no? Orfeo no nos dejará mentir mientras le ayuda a entonar "Love of My Life".

En conclusión, es ambiguo y hasta necio asegurar que para la música hubo tiempos mejores… pero los hubo: "Any way the wind blows"

#LFMOpinión
#FreddieMercury
#BohemianRhapsody
#Queen

Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

Sigueme en: