POLÍTICA

El destape no es todo Palacio

El destape no es todo Palacio

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El destape fue el momento de mayor potencia de la presidencia imperial

"El destape, dijo, es el momento de mayor potencia de un Presidente". No acotó: presidente 'priista', porque en aquel entonces la alternancia era inconcebible.

Hablaba Javier García Paniagua, exsenador, exsecretario de estado y expresidente del PRI. Tomábamos café en la cocina de una pequeña casa que tenía en la lateral del periférico cerca de la Secretaría de la Defensa, en torno a una mesa cubierta con un mantel de plástico. Él calentaba el agua en la estufa y bebíamos Nescafé soluble en tazas de peltre. Hablábamos sobre los destapes priistas. Era Presidente De la Madrid.

El destape, decía, es como el despegue de un gran avión, requiere de toda la potencia del motor que, obviamente, debe estar en perfectas condiciones, como todo lo demás de la nave. Cada pieza, cada tornillo, cada instrumento debe cumplir perfectamente su función. La maquinaria y fuselaje son sometidos a su mayor esfuerzo. Nada puede fallar, tecnología, logística, potencia, energía, sincronización. Todo debe concitar en ese gran momento.

Años después vivimos lo que sucedió con aquella añeja liturgia cuando Manuel Camacho no concitó en el despegue de Colosio, mermando de salida su propulsión y fuerza. Y antes, la necedad e impericia ante Corriente Democrática cuarteó la elección del 88 y abrió un venero por el que aún se desangra el PRI.

La campaña, continuó Javier, es como un paseo por las nubes, casi vas en automático. Solo hay que evitar las tormentas y administrar combustible y víveres.

La elección, concluía, es el aterrizaje. A diferencia del despegue, no requiere de toda la fuerza del motor, sino de destreza, cálculo y prudencia; de la pericia del piloto.

El despegue, sostenía, corresponde al Presidente, que es quien puede y a quien le corresponde tener el motor en forma; el vuelo y el aterrizaje al candidato.

El símil es igual para el vuelo del papalote, el momento estratégico es el inicial, cuando hay que tensar la línea para que la masa del artefacto haga frente al viento, luego hay que soltarla y cuidar que no pierda tensión.

El México de los destapes ya pasó. Esa es una verdad metafísica, pero Peña Nieto se ha empeñado en revivir la liturgia del tapado, no solo no apta para estos tiempos, sino que lo hizo sin recordar la máxima de Reyes Heroles de que en política la forma es fondo. En otras palabras, que atrás del rito y del boato existe todo un cuerpo doctrinario, una organización eficiente, un propósito legítimo y una operación eficaz y férrea.

Peña Nieto ha optado por jugar en el pasado, con la vieja liturgia del tapadismo y del dedazo, y todo parece indicar que ello le deleita y en ello se regodea. En ese juego de espejos y cortesanía se mueve como pez en el agua y opera con una destreza que se echa de menos en muchas otras áreas de su responsabilidad pública. En el manejo de los abanicos sucesorios su maestría solo es superada por su desempeño en el golf.

Pero pareciera que para Peña el destape es solo la apariencia, las señales cifradas, el juego de sillas, la intriga palaciega, la liturgia cortesana; no la operación política.

A la luz de García Paniagua, al menos en los destapes del priismo hegemónico, no era todo Palacio, requieren de un control férreo de las estructuras partidistas, cosa que Peña nunca ha tenido. Cuenta, sí, con la abyección de La Nada Ochoa -ergo nada-, pero no con el priismo nacional.

Más aún, se podría afirmar que el priismo tradicional está dolido con Peña Nieto y su obstinación para con los mexiquenses. Al PRI Peña lo ha usado para ir a cargar pilas en eventos de matraca y acarreo cuando se siente desfallecer, cuando la dependencia siempre fue al revés, el priismo recibía del Presidente la guía y el oxígeno que requería para no fenecer o dispersarse.

A Ochoa Reza solo que quieren Peña Nieto y Gamboa; el CEN del PRI es apéndice lamentable de la fracción priista del Senado y, por ende, su eficacia y prestigio son remedos del desastrado desempeño político y parlamentario de sus legislaturas. Los Comités Directivos Estatales subsisten en la feudalización resultante del foxismo, sin sentido de pertenencia, más allá que con el gobernador en turno, sin coordinación nacional, sin cuerpo doctrinario, sin sentido programático, sin control.

La Nada Ochoa renunció al financiamiento público. Muy bien, al hacerlo se condenó a que ningún Comité Directivo Estatal, Municipal y distrital, ningún seccional le contesten el teléfono. Estas estructuras responden a quien las paga y, por supuesto, no será el PRI nacional.

Más allá del PRI, los alcances y lealtades presidenciales se difuminan en un hoyo sideral solo equiparable al gasto en publicidad gubernamental.

Así, cuando haya que acelerar la nave, puede que ésta no responda, o bien se desarme en el intento.

Mientras Peña Nieto juega al destape cual niño con juguete nuevo, los problemas se multiplican y acumulan; la economía, la política, la seguridad, la desconfianza, el desmoronamiento institucional, el enfado castrense, la desafección social hacia lo político y tantos otros problemas germinan sin poda no control.

Las generaciones de mayor peso político desconocen la liturgia del destape y les tienen sin cuidado los guiños cifrados de un lenguaje que les aburre y desprecian.

La universidades viven astringencia económica y asedio judicial de gobernadores, los 43s ya regresaron con petardos en mano, un grupo de campesinos sale de la nada, sin agenda ni demanda y sitia Gobernación, las normales rurales y la CNTE gozan de cabal salud y han ejercitado a discreción el músculo insurgente durante cinco años, el Senado brilla por sus omisiones, el General Secretario se cansa de mendigar piedad legislativa a unos diputados ocupados en el día del tequila y extraviados en gritos de estadio de futbol, las redes han hecho de la comunicación pública una Babel fácil de incendiar.

El Presidente habla todos los días, pero solo sus tropezones son registrados, lo demás es estática en el mensaje.

Por si fuera poco, el grupo compacto, el dream team peñista se da hasta con la cubeta. El juego dejo de ser de ajedrez y es a garrote limpio.

A Videgaray, además, le gana el ímpetu y se asume como destapador mayor rompiéndole el juguetito al Presidente y lastimando innecesariamente a su amigo y aspirante preferido. A La Nada Ochoa y su convocatoria y 4 de diciembre los deja donde están, en la nada.

A la nave, aún en tierra, le empiezan a botar tornillos y resortes, los instrumentos de medición y control no responden, los motores se sobrecalientan y chorrean aceite, varias alarmas suenan al unísono. El juego se empieza a convertir en crisis antes que el telón se abra.

El destape, pues, no es todo Palacio; es, mejor dicho, era la mayor operación política del presidencialismo hegemónico priista, la obra maestra del Presidente en turno, su poder en la cúspide. Solo para afuera era prestidigitación, en casa significaba el mayor esfuerzo, la mayor pericia y el riesgo superior.

El destape era el momento de mayor potencia del presidencialismo imperial. La pregunta es si el presidencialismo peñista tendrá la energía suficiente y eficiente para el despegue o todo quedará en un triste ejercicio lúdico.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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