POLÍTICA

La miseria humana en los sismos

La miseria humana en los sismos

Foto Copyright: lfmopinion.com

No todo es buena voluntad ni ganas de ayudar

Una señora armada con su celular zarandea a un policía que entrelazado con sus compañeros le impiden el paso. Atrás se observa una escena devastada y gentes con casco trabajando sobre los escombros. La señora grita que la dejen pasar, que sabe que el gobierno oculta a los muertos y que con maquinaria recoge escombros donde todavía hay gente viva, que la ayuda no llega. Las construcciones hacen pensar que es algún lugar en Morelos. No sabemos quién es la señora, de dónde sacó su información, qué capacidades tiene para poder juzgar lo que allí sucede, qué interés la mueve, pero la televisora hace suya la puesta en escena y la acusación, y las transmite a nivel nacional.

La señora no lleva casco, lentes, chaleco ni cubrebocas; no se aprecia hecha ni preparada para las tareas que allí tienen lugar; su actitud es más cercana a la de las huestes de la CNTE en la toma de un edificio público, que la de alguien verdaderamente preocupado por lo que allí sucede.

Pero eso lo deducimos, la nota no aporta ningún otro dato, ninguna otra persona entrevistada, ninguna información, incluso de modo, tiempo y lugar. ¿Quién era la señora, cuáles sus fuentes, dónde se desarrollaba la escena, qué pasaba en el lugar, qué otras fuentes había allí, qué opinaban de ello y de ella? Nada. Una nota de alarma, no información.

Si observamos objetivamente, quien estaba mal era ella, el policía cumplía su deber y tras él se observa una escena innumerables veces repetida de gente con casco que trabaja sobre los escombros con orden y diligencia. No es un evento inmediato después del sismo, donde las escenas propias del shock postsísmico son entendibles, se desarrolla varios días después.

La noche del sismo, entre el shock, la histeria y el morbo, decenas de miles de capitalinos salieron a las calles y se mezclaron entre los rescatistas, la Marina, el Ejército y los familiares de los atrapados entre los escombros. El caos fue total, ambulancias, bomberos, maquinaria e incluso gente capacitada en rescate no pudieron llegar a lugares donde se les necesitaba por el enjambre de voluntarios que queriendo ayudar dificultaron las cosas.

Un grupo de cirujanos se presenta en uno de los multifamiliares derrumbados en Tlalpan y Taxqueña, exige pasar para dar ayuda médica, un marino les impide el paso, "ya tenemos médicos aquí, hemos rescatado a varias personas y han sido atendidas por ellos". Insisten en pasar. "Vayan a otro lado, donde su ayuda sea necesaria", les dice el marino. La discusión sube de tono, llega a los gritos y a las descalificaciones, quien debiera estar ocupado en tareas de rescate, el marino, debe enfrentar a gente que insiste en hacerse indispensable donde no lo es y en vez de prestar ayuda genera lío.

Un edificio derrumbado y una zona de rescate no es precisamente un lugar para pasear o curiosear. Las tareas de rescate requieren, sí, de apoyo solidario, pero también y principalmente de conocimiento, técnica y orden. No todo es buena voluntad ni ganas de ayudar.

En Las Cibeles observé a jóvenes esperando ser llamados; llegaba gente y solicitaba determinado número de voluntarios, allí se les equipaba, daban instrucciones y partían ordenadamente al sitio siniestrado. Hubo, sin embargo, lugares donde la aglomeración dificultó las tareas y otros en donde la ayuda más que necesitada era impuesta, innecesaria o abiertamente contraproducente.

La joya de la corona de las miserias humanas fue la de un grupo de abogados, siempre prestos a subirse a cuanta causa brinque en el tapete, que tramitaron un amparo y lograron una suspensión para que no se permitiese entrada de maquinaria a sitios siniestrados, alegando que sería mortal para los aún atrapados con vida bajo las losas y escombros.

Pero en algunos casos, la maquinaria fue y es necesaria para levantar lozas bajo la debida dirección de ingenieros y técnicos, y así poder llegar a los aún atrapados. Los abogados llegaron con su amparo a lugares siniestrados y lograron parar los trabajos de rescate, frente al reclamo, llanto y desesperación de familiares que clamaban porque no se detuvieran.

Fue necesaria la intervención de las más altas autoridades del país para revertir semejante estupidez: la judicialización del drama humano. Se desconoce, pero es probable que su dichoso amparo haya impedido salvar a tiempo vidas que se perdieron por su intervención. Sobre sus conciencias quedará. Les ganó su soberbia jurídica, su afición al reflector.

Herman Heller le llamó unidad de acción efectiva, no basta la unidad de acción, ésta debe ser efectiva y para ello requiere organización, alguien que decida y mande y alguien que obedezca. Orden, prioridad y, sobre todo, unidad de mando.

Ni la señora que se autonombró supervisora de algo que seguramente no entendía, ni los cirujanos obstinados en meterse donde no se les necesitaba, ni los abogados metidos a peritos en desastres sismológicos, estuvieron a la altura de las circunstancias.

Tampoco aquellos que más que ayudar, querían hacerse presentes y ser vistos; menos aún quienes del drama trataron de sacar raja política o mediática.

No pueden faltar quienes en el momento más álgido de la emergencia piden que renuncien quienes deben de estar al frente de las decisiones, como si el caos propio de la transición de autoridades fuese lo más recomendable en momentos de crisis. En Loret de Mola, por cierto, exigir renuncias en estos casos substituye en automático todo ejercicio periodístico profesional y serio.

Frente a ellos se aquilata aún más la silenciosa y modesta acción de nuestros jóvenes, verdaderos héroes de esta lamentable y dolorosa hazaña.
Por sus frutos los conoceréis.

#LFMOpinión
#19DeSeptiembre
#PeriodismoAusente


Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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