Espacio o justicia
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Soy el primero en sumarme al reclamo de igualdad de derechos y beneficios para las mujeres, pero el cuotismo no sirve para ello.
Con motivo del día de la mujer, mi querida Cecilia Soto disertó sobre el porcentaje de mujeres en la Cámara de Diputados y la necesidad de ampliar la presencia de las mujeres en otros ámbitos.
Vayamos por partes. Ampliar la presencia y participación de la mujer es algo inobjetable. Lo que es altamente cuestionable es cómo.
En México se optó por el cuotismo, cuando ya en Europa se había acreditado su ineficacia, porque el cuotismo ve espacios, no personas; reparte espacios, no hace justicia.
Cecilia Soto nos presume que las mujeres ocupan hoy el 42% de curules en la Cámara de Diputados. Al centrar su argumento en el número relativo, acredita la deformación propia del cuotismo. ¿La presencia de un 42% de diputadas ha cambiado sustantivamente la desigualdad de la mujer en México? No, tan solo la de las agraciadas diputadas y por mientras les dura el hueso.
No se trata de cuántas curules ocupan las mujeres, sino cuál es su incidencia efectiva en el quehacer parlamentario. Puede haber muchas diputadas y ser irrelevante su presencia en los efectos legislativos, y pudiera haber menos y ser más profunda su impronta; porque en política y en la realidad lo que cuentan son los resultados, no los espacios.
Yo preguntaría, del cien por ciento de las diputadas de todos los partidos, ¿cuántas son verdaderamente eficaces, cuántas aportan agregados de valor al proceso parlamentario, cuántas están capacitadas para ser legisladoras, cuántas saben qué hace el Poder Legislativo?
No preguntemos, pues, cuántas diputadas hay, sino qué han aportado al proceso legislativo, cómo han enriquecido el trabajo parlamentario, en qué y cómo inciden, y qué tan sustantiva y eficaz es su incidencia.
El cuotismo se agota en el reparto del pastel; hasta allí llegan sus efectos.
Tenemos muchas diputadas, pero la mujer indígena sigue sin derechos plenos y a muchas otras las vemos dar a luz puertas afuera de hospitales donde no les franquean el acceso.
El simple ocupar espacios políticos no ha redundado en el fortalecimiento del papel femenino en el quehacer público y menos en menguar las desigualdades prevalecientes, precisamente porque lo que se busca es rellenar parcelas de poder, no igualar derechos.
Mi respetada Cecilia Soto sabe, porque lo vive todos los días en la Cámara de la que forma parte, que a ese cuerpo colegiado no llegan, salvo honrosas excepciones como su caso, las mejores y las más aptas para la tarea, sino la esposa del candidato desbancado, las novias de los dirigentes partidistas, las producto de las grillas del escalafón de agrupaciones de mujeres en los partidos, las hermanas de gobernadoras, las hijas de políticos, artistillas de dudosa fama y las edecanes más al alcance. Son excepción las Cecilias Soto, las Margaritas Zavala, las Patricias Mercado.
Ahora bien, el Congreso de la Unión, aunque no se crea, no son 500 sillones en busca de asentaderas, bolsa para pagar compromisos, o propiedad privada de cortesanos de abolengo. "El Estado, sostiene Heller, no es posible sin la actividad, conscientemente dirigidas a un fin (…) La realidad del Estado (…) consiste en su acción o función (…) El Estado existe únicamente por sus efectos."
Si toda organización humana despliega poder, "si no se fija una función de sentido al poder específico del Estado, sigue diciendo Heller, no es posible diferenciarlo de una gavilla de bandoleros, de un cártel del carbón o de un club deportivo."
Hagamos a un lado por un momento la merecida desafección que priva contra diputados y senadores, y partamos de que el Congreso cumple funciones de representación política, de equilibrio de poderes y de "transformar tendencias sociales en formas jurídicas" (Hartmann).
Corresponde al Congreso encarnar la pluralidad política, normar la convivencia, hacer surgir del inmanente social un proyecto común y revisar el desempeño del poder Ejecutivo. Bajo ninguna circunstancia es su función saldar por y en la vía de su integración la inequidad de género prevaleciente en el cuerpo social. Sí lo sería construir un entramado de deber ser que la modere y la castigue.
Pero perdónenme, la equidad real en la sociedad no se logra por la suma de equidades impuestas artificialmente en espacios de poder político.
Sólo el desconocimiento absoluto de la ciencia política y de la teoría de la representación pueden reducir la representación política que debe expresarse en el Congreso a la simple representación porcentual exacta de géneros. Se requiere un pensamiento plano para pensar que la dualidad de géneros pueda colmar las infinitas posibilidades de la pluralidad política y social, y menos aún su expresión representativa.
El porcentaje de hembras y varones responde a las posibilidades estadísticas de la reproducción; constreñir la organización social y la representación política a ese dato natural es un absurdo, porque éstas responden a fines y funciones humanas, no al juego de probabilidades de la mezcla de genes.
Si la paridad fuese imposición natural no habría vocaciones, ni aptitudes, ni genios, ni santos; todo sería bicromático, todo estaría condenado a la exacta dualidad, hasta la prole. ¿Qué haríamos entonces si en una familia, por error genético, naciese un hombre sin su obligada hermana paritaria, habría que matarlo?
Finalmente, creo que no es cuestión de número de diputadas, senadoras o gobernadoras, sino de la capacidad, eficacia y desempeño de las que lleguen.
Justicia es dar a cada quien lo suyo; cuota es imponer medidas artificiales en el reparto de espacios.
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