RAÍCES DE MANGLAR

Carta a un mesero

Carta a un mesero

Foto Copyright: lfmopinion.com

Tributo a Juan José Arreola

Estimable señor:

Como he pagado, con todo y propina, el servicio que me ofreció la lujosa fonda donde he consumido desde hace algunos años mis almuerzos y comidas, me es menester dirigirme a usted, señor mesero, por algunas actitudes suyas, reprochables a mi parecer. Seguramente le será extraño recibir esta misiva que, sin miedo a perturbar su día, es un compendio de reclamos que prefiero entablar directamente con usted antes que con su empleador. Seguro coincidirá conmigo en esto último.

Desde hace ya algunos meses he notado que su humor no corresponde con la sazón del local. Empezaré con sus abruptas apariciones. Es cierto que cualquier comensal gusta de un servicio rápido, pero de eso a que tan sólo al llegar a la mesa ya esté preguntándome qué voy a consumir hay una gran diferencia. Si opto por comer en su lugar de trabajo no es porque desee ser atendido, o mejor dicho despachado, como si fuese a luchar por los últimos tacos placeros o la cochinada incrustada en la parrilla. No, señor mesero. Acudo porque soy de aquellos que gozan con la comodidad y satisfacción que proporcionan un lugar limpio y cerrado. Hay veces que ni siquiera he aposentado mi existencia en la silla y ya tengo su interrogatorio encima. Eso por no hablar del tono de su cacofónica voz, carente de toda sensación que no sea el tedio y la monotonía.

Creo conveniente hacerle ver que, por el simple hecho de rentar y sostener la infraestructura de su restaurante, esto se refleja implícitamente en el precio de los productos, y por ende en mi bolsillo. Es por ello que considero como algo esencial un saludo cordial, pequeño, nada grandilocuente, pero que tampoco raye en la hipocresía. Después, el ofrecimiento de la carta debería de ser un paso bien ensayado. Un listado breve pero claro que no deje duda sobre origen y preparación. Lo digo por aquellos que sin culpa alguna son intolerantes a uno u otro ingrediente. No vaya usted a creer que todos son unos melindrosos tiquismiquis. Créame que muchos padecen con la sola mención de algún platillo que no deben probar. Recuerde que la gastronomía, como todo arte y placer, tiene su mayor atractivo en la transgresión y lo prohibido.

Entiendo que muchos clientes suyos sean unos completos cretinos. Gente impráctica muy al estilo del "Manual de urbanidad y buenas maneras de Carreño", que gusta de la pleitesía gratuita y el trato de débil mental. Personas carentes de verdadero respeto y educación, que creen que por poder pagar una cuenta en un sitio decente se pueden dar el lujo de menospreciar a quien yace del otro lado de la mesa. No obstante, le aseguro que no son legión. En mi caso, siempre me he portado amable con usted y con sus colegas, pese al trato de ganado que me he llevado por varios meses. No es agradable comer y de reojo entender que existe un dejo de desprecio en su mirada, como si algo le quemara por dentro al momento de atenderme.

En lo que corresponde a su retribución, entiendo que es variable según el lugar y que cada sistema se maneja según convenga a patrones y empleados, pero siempre he sido un ferviente defensor de que la propina pertenece a quien enfrenta al comensal, sobre todo considerando que muchos de estos son seres inefables e impredecibles. Por ello, constantemente trato de recompensar su esfuerzo con un modesto 15 o 20 por ciento. Como cualquier persona íntegra, desearía que los sueldos que recibe su gremio fueran justos, que tuvieran un balance favorable para quien tiene necesidad, ya sea un hombre o una mujer, de tener que servir en la mesa a otros para ganarse el sustento. Sin embargo, esto último está lejos de ser una humillación real o un deshonor. Es una lástima que usted no lo considere así.

Me gustaría que al leer esta carta, señor mesero, comprenda usted el valor y la importancia que tiene su trabajo, no sólo para su economía, sino por el puente que usted, inconscientemente, construye entre ese tesoro extraordinario que es el buen comer y aquellas criaturas hedonistas que encuentran en cien gramos de arrachera bien asada la felicidad. Espero que recapacite y que, en lugar de enfadarse por estos consejos, halle en su oficio una cura a la angustia que se ve corroe su habitualidad. También espero no encontrar formas inocuas o viscosas en mi próxima sopa, si no es mucho pedir.

Que tenga usted un excelente día.

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Francisco  Cirigo

Francisco Cirigo

En su novela Rayuela, Julio Cortázar realiza varios análisis sobre la soledad, exponiéndola como una condición perpetua, absolutamente fatal. Dice que incluso rodeándonos de multitudes estamos “solos entre los demás”, como los árboles, cuyos troncos crecen paralelos a los de otros árboles. Lo único que tienen para tocarse son las ramas, prueba inequívoca de la superficialidad de sus relaciones. Las personas somos como árboles y nuestras relaciones son ramas, a veces frondosas y frescas, a veces secas y escalofriantes, pero siempre superficiales. Nuestros troncos son islas sin náufragos posibles.

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