POLÍTICA

El callejón de las trompadas

El callejón de las trompadas

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Nadie puede exigir respeto faltándolo

Una cosa tengo que reconocer al Presidente Peña en su defensa a la invitación a Trump, y ésta es que México no puede permitirse entrar al callejón de las trompadas.

En su entrevista con Carlos Marín, el periodista le insistió en que debió ofender a Trump por las ofensas proferidas contra México y los mexicanos, incluso le exigió mentarle la madre en la próxima oportunidad.

Reconozco que en esto el Presidente actuó con cordura y prudencia. Nada ganamos con ponernos al nivel del ofensor y pocas son nuestras posibilidades jugando en la cancha de las denostaciones.

"Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz." Poco hubiera ganado México si Peña Nieto, perdiendo el respeto a su invitado y a su investidura de Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, se hubiese rebajado al insulto ramplón y placero de su invitado.

La conducta reiterada de fajador de barrio de Trump después de su visita a México, puede que le gane el aplauso fácil de la claque, pero deja mucho que desear para un hombre que pretende gobernar una Nación. La gente, aunque aplauda sus payasadas, difícilmente querrá ser gobernada por un clown de adolescencia tardía.

Peña tiene razón, aunque no lo haya puesto en estas precisas palabras: nadie puede exigir respeto faltándolo.

En esto el Presidente actuó correctamente.

En la oportunidad, el protocolo, el confundir ofensas recibidas con malas interpretaciones, la falta de visión de conjunto para preveer todas las consecuencias de su decisión y la terquedad de no aceptar que pudo haberse equivocado en algo, sigo pensando que erró y yerra.

En no comportarse como el patán de su interlocutor (en ambos casos, tanto del candidato, cuanto del entrevistador), lo considero acertado y sostengo su defensa.

Nada ganamos entrando al callejón de las trompadas.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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