Bullying presidencial
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El concepto bullying presidencial se lo leí a Marcelino Perello (El Populista, Excelsior, 5 vii 16) y es desgraciadamente un hecho despiadadamente cotidiano.
Golpear al Presidente es deporte nacional y, para algunos ínclitos, obsesión desmandada.
No deja de ser curioso que quienes viven de denunciar ausencia de libertad de expresión en México despotriquen libérrimamente un día sí y otro también contra Peña Nieto, su gobierno, su persona y su familia.
Es cierto, les asiste el derecho y la libertad para hacerlo, y en no pocos casos también la razón. La crítica no es sólo un derecho ciudadano; es esencia de toda sociedad libre y madura, y parte substancial del salario de todo funcionario público.
No obstante, como el vino, el amor y hasta la libertad, sin límites y en exceso, la crítica pierde su naturaleza virtuosa para convertirse en nociva y entrópica adicción.
Decía el buen Nietzsche (y espero no se me acuse de plagio por no citar la fuente bibliográfica), que quien persigue monstruos termina por convertirse en uno. Tal es el caso de muchos críticos del Presidente.
Peña Nieto es él, su historia y su circunstancia. Decidió meterse entre las patas de los caballos y no ha sido muy ducho en no despertar y en esquivar las coces. Pero Peña Nieto es, además, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos. Les guste o no a muchos de sus malquerientes, nos representa a todos, es Jefe de Estado y Jefe de Gobierno. Como tal está sujeto al humor y crítica ciudadanos. No obstante, considero que uno y otra deben hacerse cargo que al tiempo de zaherir a su persona, con razón o sin ella, vejan y dañan a la institución e investidura políticas.
Junto a los derechos y libertades ciudadanas coexisten, por igual, obligaciones. Me explico, el Estado no es un hecho natural, es creación humana para procesar la convivencia y superación del hombre en sociedad; creación que requiere del concurso de todos los miembros de la comunidad; concurso que, sí, implica derechos y libertades, pero también conlleva obligaciones y entre ellas la de no atentar contra la organización social misma.
Existe, al menos eso creo, una muy delgada línea en donde el ejercicio de los derechos y libertades puede convertirse en un daño irreparable al cuerpo social y a su sobrevivencia. No hablo de traición a la patria, que es un caso fácil de entender y ejemplificar, sino de algo mucho más sutil y no por ello menos abrasivo y devastador, que gota a gota puede estar deslavando el sustrato de nuestra convivencia.
En este deporte de golpear sin clemencia a Peña Nieto, su gobierno, dichos y familia no está ausente el autoflagelo mexicano de disminuirnos y descalificarnos como comunidad; pero al hacerlo, no es Peña Nieto el principal afectado (sin entrar en disquisiciones de la pertinencia y justicia del golpeteo), sino el Estado Nación, en tanto organización política de nuestra convivencia soberana. El Bullying presidencial se ceba en la investidura; su ánimo vejatorio sacia egos y frustraciones, pero no construye Nación, antes bien la lacera.
¿A quién servirá la investidura presidencial una vez marchita?
¿La caída de Peña Nieto solucionará algo más que el ardimiento pendenciero de sus detractores? ¿Y luego? ¿Qué sigue? ¿Quién? ¿Cuánto tiempo sobrevivirá a la sed de sangre presidencial una vez probada y hecha adicción en los nuevos Torquemadas? ¿Cuántos Robespierres tendrá que sufrir México antes de reencontrar de nueva cuenta su camino? De reencontrarlo.
El propio Presidente reconoce que el ánimo ciudadano no le es favorable y, sí, las circunstancias se aprecian adversas, pero pudieran ser desastrosas si seguimos deslavando nuestras instituciones. Creo que debemos hacer un alto en el camino para ver con objetividad hasta dónde llega la responsabilidad del gobernante y empieza la de nosotros, los ciudadanos, de defender nuestra existencia como Nación y nuestra organización como Estado.
Preguntémonos, así sea por mera ociosidad, a quién beneficiamos con este ánimo malinchista de derrota y desencuentro. ¿Quién se beneficia cuando aplicamos todas nuestras energías en denigrarnos y lastimarnos?
Sin ofensa al Presidente, su tiempo, el tiempo de su gobierno, es una gota en el océano de la existencia de la Nación y es ese océano el que tenemos que cuidar todos, por encima, incluso, de nuestros ánimos antropófagos y parricidas. Si ello implica ser más objetivos y justos con su gobierno, hagámoslo; si ello requiere diferenciar la suerte de Peña Nieto y la de su gobierno de la de México, hagámoslo. Lo que no nos es dable es serruchar el piso que nos sostiene ni la fronda que nos cobija.
Todo bullying es despreciable y condenable, pero cuando se endereza contra quien nos representa a todos es autobullying y, por tanto, demencial.
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