POLÍTICA

La Hybris de Trump

La Hybris de Trump

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Cuando los seguidores de Trump se ven en el espejo ven al otro que tanto odian

Palabras con motivo de la presentación de la obra "Diseccionando a Trump"

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El fenómeno Trump es tan viejo como la humanidad misma. Los griegos lo sistematizaron en sus tragedias, entre la que destaca la trilogía de Orestes de Esquilo.

Ate, la Diosa de la fatalidad, hija de Eris, a su vez Diosa de la discordia, es la personificación de las acciones irreflexivas y sus consecuencias. Expulsada del Olimpo vaga por el mundo pisando las cabezas de los hombres sembrando entre ellos el caos, provocando su Hybris, exceso de orgullo y desmesura.

Hybris no es otra cosa que la confianza desmandada en las propias fuerzas, excesiva en la falta de control de los impulsos y desbocada en la generación de pasiones y violencia.

La Hybris siempre conduce a la fatalidad que, en la tragedia griega, se presenta como peripateia o peripecia, el cambio repentino e inesperado de la fortuna, el punto de inflexión, o, en palabras del propio Esquilo: "mudanzas del destino."

Pero así como Ate provoca la Hybris, Némesis la castiga.

Némesis es la Diosa de la venganza, la fortuna y la justicia retributiva que castiga la desmesura. Némesis es, además, la Diosa de la solidaridad. Lo que Ate desune, Némesis solda.

Pues bien, el fenómeno Trump no es más que una Hybris compartida entre él y sus seguidores: desmesura pasional y violenta de fundamentalismos, xenofobias, racismos, misoginia e ignorancia de añeja raigambre en franjas importantes de la sociedad norteamericana, por décadas soterradas pero no resueltas. Me atrevería a decir narcotizadas más jamás solucionadas en la sociedad que se presta de ser epítome de la modernidad, la igualdad y la libertad.

¿En qué se resume el discurso de Trump? En una América, léase Estados Unidos, fuerte, segura y orgullosa nuevamente. La proclama incluye el reconocimiento de que para los seguidores de Trump su país ni es fuerte, ni seguro, ni es motivo de orgullo; pero en vez de atender en sus méritos su circunstancia, la transmutan en desmesura y pasional rencor.

Esta sensación y la Hybris que ha despertado se dan en un clima de desigualdad y exclusión. Desigualdad nunca antes vista, tanto por su magnitud como por su profundidad. La miseria que priva en el mundo no es hija de la escasez, cuanto de la concentración de la riqueza en unas cuantas manos. El modelo económico imperante genera riqueza pero no la distribuye, lo único que socializa son los costos sociales y ambientales, así como la injusticia resultante.

Esta desigualdad iguala a franjas importantes de la sociedad norteamericana en la exclusión que sufren latinos y hombres de color en Estados Unidos, así como a los desplazados que invaden Europa y muestran en el corazón de la cultura occidental el fracaso del mundo que hemos construido.

Cuando los seguidores de Trump se ven en el espejo ven al otro que tanto odian por su existencia; al otro que les recuerda su miseria y desesperanza, de su ignorancia y exclusión.

Trump, por su parte, se esmera en recordarles la desigualdad y exclusión en la que viven, más no para enfrentarlas y resolverlas, sino para explotarlas. Trump se cuida de no cuestionar el modelo de desarrollo ni las causas verdaderas que han globalizado el precariado y convertido a la humanidad en desecho, porque Trump no busca resolver el problema sino limitar libertades, derechos y democracia. Para ello debe despolitizar a la ciudadanía generando electores desinformados, inseguros, rencorosos y, a la vez, temerosos, de suerte que tomen decisiones irracionales y, si se puede, violentas.

La despolitización demanda romper solidaridades, enfrentar a través de un rencor producido y manipulado, y un temor sordo y omnipresente contra un enemigo difuso pero ubicado en los mexicanos y musulmanes. Lo que busca Trump es enfrentar a unos contra otros, de suerte que cada quien vea para sí, sin posibilidad de comunicación y compartición de males y soluciones. Cada quien en su exclusión, cada quien contra todos, cada quien solo e incomunicado en el enjambre la masa.

Otra acción de Trump, de la mano con la anterior, es corroer las relaciones. En el temor contra un mal indefinido pero omniabarcante lo que priva es el miedo y el odio al otro. Estamos frente a una democracia destructiva e impotente que busca construir diferencia y levantar muros entre la sociedad, antes que entre los países. La democracia moderna no pretende coincidencias, sino disidencias. La guerra sucia, que empezó entre los partidos y candidatos, ahora la aplican éstos entre los electores, generando una democracia rijosa y superficial que termina por implantar un clima de terror indefinido y desencuentro generalizado por los que se domina a la masa.

¿Cuál pudiera ser la peripecia de esta Hybris?

Creo que la podemos encontrar en el propio discurso de Trump que parte de que Estados Unidos comparte con el resto del mundo desigualdad y exclusión. Si esto es cierto, lo lógico es que se termine por generar identidad en el precariado y solidaridad en la exclusión, despertando la conciencia entre los supuestos enemigos de que comparten infortunio y futuro, y que la globalización sólo lo es de desigualdad e injusticia, de falta de expectativas y de exclusión.

Otro tema que Trump no ve es que construye un problema interno. Señala, sí, a sus enemigos, pero éstos están en su propia casa y es en ella donde pretende hacer su guerra. Salvo en la guerra de independencia y en la de secesión, Estados Unidos siempre ha peleado fuera de su territorio contra enemigos ajenos a su entramado social, la guerra a la que Trump llama habría que pelearse en las calles de sus ciudades y en el corazón de su sociedad. Juega con fuego dentro de su alcoba sin considerar que el clima que respira es de alta volatilidad social y que llama al Dios de la guerra dentro de una sociedad armada hasta los dientes.

Finalmente hay algo que Trump es incapaz de saber y menos de comprender, pero que Reyes Heroles, gran conocedor de la historia nacional, alertó hace décadas: no despierten al México bronco, dijo él y eso es lo que Trump pretende hacer en su propia casa. Imposible que Trump entienda de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, pero más vale dejarlos descansar de sus artes.

Finalmente, ¿cuál pudiera ser la Némesis de esta Hybris trumpista? No pretendo hacerle de Casandra, a quien, además, nadie hacía caso; así que concluyo con unas citas de los grandes maestros de la tragedia griega:

"No hay fortaleza que defender pueda aquel que de sus riquezas embriagado, da un puntapié al altar de la justicia," Esquilo.

"!Terrible es la murmurante inquina de un pueblo que se siente airado: han de pagarle la deuda de su encono¡ Estoy en temores presagiando algo misteriosamente oculto: los dioses no descuidan de seguir con su mirada a los que mucha sangre han derramado y […] a quien contra justicia salió prósperamente victorioso, lo aniquilan," Esquilo.

"Aquel al que los Dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco," Eurípides.

El riesgo de toda Hybris es el fanatismo que siempre desemboca en terror, más aún cuando Némesis lo solidariza con el hambre y la violencia. El terror indefectiblemente deriva en retroceso de derechos, libertades y democracia, en fría y oscura noche.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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