Preocupan los maquinistas
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"Donde los arcángeles no se atreven, los tontos entran a zancadas". Así entraron sus artífices a la reforma política.
Para unos y otros fue moneda de cambio. Le metieron mano sin importarles su especificidad y consecuencias.
No hicieron una reforma, perpetraron una violación tumultuaria.
Los resultados están a la vista: la aplicación de la norma es casi imposible, su interpretación es confusa y contradictoria. Aún no inician las campañas y las audiencias están ya saturadas por millones de spots perniciosos; siete partidos prácticamente han descalificado las elecciones y sus resultados, y el Verde en su afán gandalla ha ensuciado leyes, proceso y autoridades, y hecho del financiamiento prohibido y del exceso de gastos de campaña ostentación y ofensa. Las candidaturas ultrajan, al INE lo mataron neonato, el Tribunal se mató a propia mano, la democracia enfada y los antipartidos hacen legión.
El poco respeto que nuestra clase política le tiene a la ley se aquilata y acredita con dos realidades irrefutables: Una, son los personajes que llevan a las Cámaras. Antes, al menos, cuidaban enviar a algunos especímenes que supieran derecho y técnica legislativa. Hoy poco les importa llevar a la fábrica de leyes a alguien que sepa de ellas, de su fabricación y del impacto que puedan tener en la sociedad y realidad: "¿Diputados que sepan de leyes, me preguntaba una desvergonzada legisladora; para qué, si podemos maquilar cualquier iniciativa en despachos de amigos y, de paso, hacer negocio?"
La otra realidad que acredita la falta de aprecio a la legalidad de nuestros próceres políticos radica en que las leyes no son procesadas en sus méritos, ni en su especificidad; sino que se mercan: "tu ley por la mía" es la consigna. Sin importar si responden a la realidad y menos si resuelven su problemática; ya no hablemos si la propuesta llena un mínimo de técnica legislativa o siquiera una redacción comprensible.
Ambas realidades se sumaron en la etapa del Pacto a la subrogación del mandato y de la representación política; toda vez que se legisló (mercó) en lo oscurito. No legislaron los mandatados para ello, sino directamente los dirigentes de partidos con dos o tres personeros de Peña.
¡Qué fácil legislar así¡ Basta poner de acuerdo (comprar) el parecer y voracidad de tres dirigentes de partido cuyo tamaño, además, hace engrandecer la insignificancia: "Que Madero quiere un nuevo Instituto y violar el pacto federal. Concédasele, está loco. Que el Chucho2 quiere legitimar su próximo chuchinero. Nos sale barato. Que los Morenos apuestan a que el INE haga lo imposible y, además, con las manos amarradas. Séase, al fin lo que importa son las otras reformas. Qué Camacho cantinflea y desfigura. ¿Y qué esperaban?"
En balde escribió Sartori que "cuando nos adentramos en la reelaboración de los sistemas políticos, más me invade la sospecha de que somos unos aprendices de brujo."
El paciente lector habrá de aceptar que Sartori es a cuál más generoso: ¡Qué aprendices de brujo, ni que ocho cuartos!: bestias redomadas y sicofantas.
Pero oigamos a Sartori:" "Nuestras teorías de la política y de la democracia cada día nos proponen reformas y remedios sin asegurarse nunca de si podrán funcionar o sin determinar con que instrumentos pueden ponerse en práctica. La consecuencias es que las reformas con éxito son tan raras como las moscas blancas."
Para Sartori, nuestra reformitis no ve más allá de un supuesto costo beneficio sin considerar: si los medios son suficientes, si son los adecuados para el fin que persiguen, si tienen efectos marginales (afectación de otros fines) y si la medicina no hace más daño que la enfermedad.
Concluyo con Sartori para aclarar lo que pasa con una reforma política que no funciona, un INE rebasado, un TEPJF extraviado en su soberbia y unos partidos en la ruindad: "No creo que la democracia necesite importantes innovaciones estructurales. Lo que me preocupa son los maquinistas".
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