PARRESHÍA

Fifí, símbolo y categoria

Fifí, símbolo y categoria

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Estrella de David tropicalizada bordada al pecho.

Hemos señalado que López Obrador es un hombre de símbolos, no de razones, menos argumentos. En su parábola de ayer habló de los "chapulines fifís y conservadores", aquellos que "brincan a trabajar a las empresas relacionadas con ellos, con el desempeño que tenían, como lo vimos en el caso del sector energético". En realidad no se vio nada y en los hechos Bartlett y él han sido desmentidos públicamente y exigidos a proceder jurídicamente o callar.

Bien sabemos que lo suyo es calificar, acción que en él suele ser injuriosa: califica descalificando. Pero empecemos por lo que distingue en su calificación de ayer: si hay chapulines fifís y conservadores, quiere decir que, por igual, los hay diferentes, no fifís y no conservadores. Al no ser asociados, englobados, en la misma descalificación, entendemos que éstos son chapulines aceptables, permisibles, hasta encomiables. Por ejemplo, aquellos priístas corruptos que chapulinearon a Morena, empezando por él. O sea, lo malo no radica en brincar de un lado al otro, porque los hay quienes se acuestan corruptos (priístas o panistas) y amanecen redimidos en la verdad, como Bartlett o Martínez Cázares, y los hay cuyos brincos son nefandos y "amorales" según su parecer.

En el caso concreto, se refiere a exfuncionarios públicos que, tras dejar el cargo, se contrataron con empresas privadas relacionadas con las atribuciones legales que desempeñaron como servidores en el gobierno. En otras palabras, se puede saltar de un partido al otro, de una ideología a otra, de los infiernos priístas a los cielos morenistas, pero no del sector público al sector privado. No porque ello sea ilegal, sino porque, a su juicio y cartilla moral, es inmoral.

La ley nacional dispone que los funcionarios públicos, al dejar su cargo, no podrán trabajar para empresas o en actividades relativas al ramo de la función que desempeñaron, dentro del primer año de haberla dejado, como en casi todo el mundo, por más que él haya sostenido que en ningún otro país del mundo está permitido. Ahora que se le han demostrado lo contrario, pretende subir de uno a diez años la prohibición, lo cual es abiertamente inconstitucional y violatorio de Derechos Humanos, artículos 1º y 5º constitucionales.

Pero no son los chapulines, ni los derechos, ni las libertades, ni la Constitución el objeto de su cometido, sino los símbolos.

Para él los diversos temas que toca son simples oportunidades que aprovecha, un día sí y otro también, para inocular en el inconsciente social su simbología. Así, cuando no son los chapulines, es la prensa, o simplemente sus adversarios, así, en genérico, inasible, omniabarcable.

Tan solo en sus conferencias mañaneras, 52 en 73 días (cifras al lunes pasado), el descalificativo neoliberal ha sido utilizado por él en 79 ocasiones, conservador 43 y fifí 11. Ello sin contar sus demás intervenciones en plazas, entrevistas y declaraciones omnipresentes y sin tregua.

Siendo un hombre de símbolos, lo calificado por su calificativo (descalificativo en su caso) es lo de menos, pueden ser chapulines, prensa u lo que se le presente a mano; porque no es lo que califica lo que vende, sino el calificativo mismo.

Fifís, conservador, neoliberal son símbolos de todos los males y enemigos del mexicano, categorías que ha impuesto en el inconsciente colectivo; categorías negativas, vergonzosas, endemoniadas. Categorías que permean toda la discusión y temario públicos; presentes en todas las conversaciones, asignaturas de toda consideración, acción y ponderación. Las anteojeras con que ahora los mexicanos abordamos la realidad, en las que somos, existimos y nos ubicamos en ella. Especie de estrella de David tropicalizada bordada al pecho, que unos deben portar para diferenciarse de otros.

Categorías que dividen infranqueablemente a los mexicanos; categorías que distinguen e infaman, segregan y estigmatizan.

Fifí, conservador, neoliberal, neoporfirista, adversario, son categorías impuestas al mexicano, no para generar espacios públicos de encuentro, sino para enfrentarlos irremisiblemente. Barrancos infranqueables sembrados desde el poder.

Cuando desde el Estado todos los días, con toda la capacidad de comunicación y peso del poder público se descalifica genéricamente a los que se estima negativos, se cultiva el desencuentro y el odio. Poco falta para que atestigüemos linchamientos por fifí, lapidaciones por conservador, progromos por neoliberal.

Y quién es una u otra cosa, quién lo decide y cómo, es algo que queda abierto a la discreción y arbitrariedad más absolutas. Jugamos con fuego y tocamos las puertas del infierno.

Para los antiguos griegos el buen gobierno era la concordia entre los ciudadanos. Pareciera que para la 4T es lo contrario.



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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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