POLÍTICA

El umbral

El umbral

Foto Copyright: lfmopinion.com

No existe causa ninguna que acredite a un mexicano a mancillar a otro

Las sociedades, como las especies, no mueren fulminantes; su deceso es lento, silencioso, imparable. Murió Atenas, feneció Esparta, cayó Roma. Egipto se perdió entre las arenas y las monarquías en el absolutismo. De la Gran Tenochtitlán sólo quedan sus flores y sus cantos.

En todo tránsito a la extinción existe un umbral de no retorno. Al cruzarlo, la muerte, imprecisa en el tiempo, deviene infranqueable en los hechos.

Díaz y sus científicos festejaban de frac y obnubilados con las delegaciones extranjeras (y explotadoras) los 100 años de la independencia nacional, sin percatarse que su México ya había cruzado el umbral. No sabemos si fue el cansancio o la resignación lo que encaminó a Díaz al Ipiranga, pero su actitud acusaba certeza de lo infranqueable.

Los grandes sismos se gestan en lo profundo; igual germina la muerte de las sociedades: imperceptible en el dolor de los desamparados, silenciosa en la injusticia hecha modelo de desarrollo, jamás registrada en ningún índice macroeconómico, invisible para los medios enfermos de hedonismo, soberbia e iniquidad, ajena a la política desvirtuada en juegos de poder y de riqueza.

Así, en el silencio velado, la corrupción terminó por carcomer a la nación entera, la miseria por definirnos como pueblo, la inseguridad pobló de fosas clandestinas el territorio patrio y la impunidad ostenta su desnudez ante un pueblo reiteradamente ofendido.

La ira contenida explotó rasgando silencio y velo; hoy, en un festín, que no deja de ser macabro, y al amparo de causas justicieras, la violencia, la intolerancia, la ilegalidad, el desenfreno en todas sus manifestaciones sociales y políticas, hacen acto de presencia y se escalan en temeridad.

Las acciones, repito, entendibles en su reclamo de justicia, no reparan en violencia, ni reconocen su barbarie. El daño a terceros, a nuestra convivencia como sociedad organizada y normada, y el sufrimiento y sosiego que por ello generan pareciera ser motivo de solaz y satisfacción, antes que freno, consternación y vergüenza.

Desconozco sí ya hemos cruzado el umbral de no retorno.

Lo que sí sé es que las cosas no pueden seguir así. Ni la miseria, inseguridad, corrupción e impunidad deben prevalecer, como tampoco debe predominar el desencuentro, la intimidación, el desprecio al que opina diferente, el desorden, la violencia y la barbarie.

No existe causa ninguna que acredite a un mexicano a mancillar a otro.

Tampoco existe violencia selectiva. Siempre termina devorando a todos. No hay violento que no acabe bajo la guillotina de su propia furia.

Quizás el México que conocemos ha cruzado el umbral y camina inexorablemente a su muerte.

Sea lo que fuese, tiempo es de recuperar los valores que dieron y dan sentido a nuestra razón de ser y de vivir juntos, nos hermanan en destino, explican como nación y obligan para con México.

Haberlos cambiado por las cuentas verdes del mercado sapiente y justiciero nos trajo hasta aquí.

Recuperemos nuestra razón de ser México, hagámoslo hermanados en la paz y constreñidos por la justicia.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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