Aguirre, el prototipo
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Tres cosas más lamentables que Ayotzinapa: el ya, finalmente, "gobernador con licencia" y su Valhalla convertido en ocaso; la vacuidad, de nuestros "comentócratas" y quienes, clamando justicia, riegan gasolina sobre el fuego.
A Aguirre, no le alcanzaron las planas pagadas para alargar sus días y terminar con lo poco que queda de Guerrero.
La incapacidad mostrada por la llamada inteligencia política nacional (grupúsculo selecto de comentaristas consentidos por los medios electrónicos), para ayudarnos a analizar y procesar los hechos, ha resultado infinita. En lugar de información, objetividad y análisis; ruido, superficialidad y lugares comunes. Coros y plañideras, nada de luz, cero de reflexión.
Tampoco han abonado a tranquilizar las aguas los actores federales al frente del asunto, quienes, parece, han extraviado magia, brújula y fortuna.
Y ni qué hablar de quienes buscan escalar el drama en hecatombe.
Y así la llevamos: la Babel in crescendo, los violentos en concierto y la desestabilización por la libre.
Unos, los que lo mandaron e hicieron, han mostrado lo infernal de su proceder llevándonos de la mano -al gobierno federal de las orejas- por un paseo macabro de pueblos sin ley y fosas que desde la impunidad desafían razón, derecho, sociedad y Estado. Otros, pretendiendo capitalizar el duelo y la indignación, mimetizan el lamentable suceso con sus muy particulares agendas. Río revuelto en donde no hay pescador que gane.
No hay desaparición excusable. Pero 43 son un puercoespín encabritado en el corazón de México. No obstante, antes de montarnos en la ola de indignación y sus lamentables manipulaciones, sería sensato hacernos algunas preguntas.
¿Por qué estos 43 normalistas? ¿Para qué su desaparición?
¿Será tal nuestra descomposición, que la esposa de un alcalde pueda ordenar la desaparición de 43 personas para que no le echen a perder un evento? De ser cierto, ¿no es un poco demasiado pasar de evitar un zafarrancho local, por mientras duraba el acto de la interfecta, a armar otro de alcance mundial?
Si bien los que hoy controlan la delincuencia organizada eran ayer matarifes de sicarios, ¿es acaso creíble que porque alguien le dice al jefe que 43 personas eran del bando contrario, o bien incomodaban a la Señora del Alcalde, sin mayor ponderación, aquél los mandase matar? ¿No se antoja que falta algún elemento para que la versión vuele?
Pero el absurdo no para allí: quienes en Guerrero reclaman la desaparición de sus compañeros han optado por destruir las oficinas donde se resguardaban las cuentas del principal programa del Gobernador y las del PRD en la Chilpancingo, en tanto que en Iguala han destruido las pruebas de la administración del Alcalde señalado, junto con su esposa, como autores intelectuales de la masacre. ¿Mundo bizarro?
En el resto de la República, en efecto dominó, movimientos de todas las tendencias borran sus contradicciones a la sombra de Ayotzinapa y se hacen uno en la desestabilización.
Quien haya orquestado esta pesadilla ha logrado con éxito su objetivo: de los hasta ayer sueños "peñanietistas" nada queda. De la sed de paz y seguridad ciudadanas, ni cenizas sobreviven. El otrora promisorio mañana es ominoso presente.
Como en 94, los intereses maltratados por las reformas estructurales encauzan su reacción sumándose a la desestabilización y ocultando la mano.
¿Cuánto falta para que se revivan los asesinatos políticos? ¿Cuánto para reeditar las guerrilleras pasquineras? ¿Qué nueva pesadilla se cocina en la esquina contraria a los intereses de México?
Ahora bien, ¿qué actitud debemos tomar frente a esta afrenta? ¿Rasgarnos las vestiduras y sumarnos al desdoro y desintegración de las instituciones públicas? ¿Jugar de arietes de quienes orquestan el aquelarre? ¿Profundizar la confusión y la alharaca?
Creo que México, hoy más que nunca, demanda serenidad en el pensar y en el hacer. Y es aquí donde se echan de menos los analistas ponderados, objetivos y responsables. Repetir día y noche la obviedad de que no han aparecido los normalistas, montarse en el deporte nacional de denostar instituciones, sumarse a las demandas de guillotinas, alentar el concierto de los violentos, sólo hace el caldo gordo al desmoronamiento político y al desencuentro social.
Aguirre, finalmente, solicitó licencia (truco leguleyo para evitar elecciones), negándoles a supuestos normalistas tiempo para terminar de convertir en cenizas la huella documental de su desgobierno.
La oscuridad, sin embargo, no se tapa con una licencia. Los partidos, todos, levantaron la pira donde hoy queman a Aguirre, cuando ayer se peleaban para elevarlo a su nivel de incompetencia. Aguirre es el espejo negro de Tezcatlipoca donde vemos reflejada la podredumbre de nuestro sistema de partidos. Es, además, el prototipo de enano que le suelen crecer a nuestra maltrecha democracia.
Una duda, sin embargo, subsiste: si Aguirre cayó por ineficaz, quién cerrará la puerta cuando acabemos con los gobernantes ineficaces.
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