POLÍTICA

Reformitis y reformitas

Reformitis y reformitas

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Retornelo sin fin a que hemos reducido lo que creemos es democracia

Sin importar cuántas reformas político electorales llevemos desde 1977 -y menos aún la hoy en curso y sin brújula-, nuestra democracia vive en profunda y endémica crisis.

El entusiasmo y aliento democrático de hace décadas derivó en desfallecimiento y decepción.

Las elecciones no las gana el mejor, sino el más hábil en guerra sucia, operación electoral, campaña mediática y captación y reparto de recursos.

Las campañas se distinguen por la ausencia de propuestas de valor.

En su momento, por allá de 1990, sostuvimos que la democracia a la que aspirábamos partía de una falacia: considerar a ciudadanos maduros, participativos y responsables. Ciudadanos de tiempo y compromiso completos.

Éstos no existen. Y menos con los partidos que sufrimos.

Partimos, por igual, de una segunda y gran falacia: suponer que renovar y acreditar a los organismos electorales redundaría en acicate para reformar y sanear al sistema de partidos y, finalmente, en la modernización del Estado.

Poco nos duró el sueño. Para 1996 el problema se redujo a fondear a los partidos políticos. Desde entonces, con alternancias de por medio, damos vueltas a la noria de remozar sin fin a los organismos electorales, al tiempo de castrarlos y condenarlos por el cuotismo.

Los contenidos de la democracia, como son participación ciudadana, respeto a las reglas y resultados, civilidad, tolerancia, deliberación, consenso y disenso, han desparecido del debate nacional, que hoy se constriñe a un siempre nuevo organismo electoral, más recursos y prebendas para los partidos y procedimientos cada vez más complejos que permitan a quienes pierdan desconocer y destruir todo.

Hoy, como cereza del pastel, el gran tema es la cuota de género que nada tiene que ver con la equidad de género. Como si eso fuera la panacea de nuestra democracia, cuando no es, siquiera, un verdadero reclamo social.

Nuestros partidos no son mejores, están más alejados de la ciudadanía, sólo ven a su interior, por sus intereses y viven por y para el financiamiento público.

No necesitan acercarse al votante, respetarlo, convencerlo, conservarlo. Les basta lograr y conservar su registro. De allí en adelante todo es milonga.

Esa constante, además, la han trasladado a las tareas gubernamentales y legislativas. Todo voto en los cabildos o en los Congresos es motivo de mercadeo. Todo programa y apoyo público también: pago por evento.

Finalmente, el elector es un dato estadístico, un objeto manipulable, un voto a capturar o comprar. No es un mandante soberano. Menos un sujeto de derechos al que hay que reconocer y respetar en sus circunstancias. Su participación se reduce al de espectador alienado y sufragante autómata y mediatizado.

La democracia en México se volvió un fin en sí misma y negocio de unos cuantos.

Dudo que haya reforma alguna que la restaure en su majestad y plenitud. No al menos en el corto plazo.

En breve los partidos -que no los ciudadanos- celebraran con bombo y platillo la creación del Instituto Nacional Electoral, aberración constitucional y política. Sus Consejeros serán adorados cual vellocinos de oro. Ello será así hasta el minuto siguiente al cierre de las casillas de la próxima elección. Luego veremos cómo sus padres y adoradores habrán de quemarlos en leña verde en este retornelo sin fin a que hemos reducido lo que creemos es democracia.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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