POLÍTICA

Democracia a la segura no es democracia

Democracia a la segura no es democracia

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El problema de nuestros partidos es que aspiran a una democracia sin riesgos, sin tropiezos, de triunfos asegurados, de paraísos eternos, de felicidad comprada

Una cita de Paramio, recuperada por Silva Herzog Márquez, de su ensayo "El derecho a la infelicidad", publicado en Nexos, nos recuerda que "en ningún sentido se pueda decir que la libertad conduce a la felicidad. Me parece obvio, por el contrario, que la libertad (…) conlleva el riesgo, la inseguridad, la necesidad de optar. La infelicidad, en una sola palabra.

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"La felicidad, ese estado ovino de armonía entre aspiraciones y logros al que todos querríamos llegar, no tiene nada que ver con la libertad ni la emancipación. Por algo los asociamos imaginariamente con la infancia, con la dependencia de unos padres idealizados que nos protegían. Cuando se apuesta por la libertad, por el contrario, es preciso tener una clara determinación de pagar el precio correspondiente, en términos de infelicidad e inseguridad, muchas veces en términos de soledad."

Ahora bien, cambiemos el término libertad por de elecciones democráticas y el resultado es el mismo: no redundan forzosamente en felicidad.

El problema de nuestros partidos es que aspiran a una democracia sin riesgos, sin tropiezos, de triunfos asegurados, de paraísos eternos, de felicidad comprada per secula seculorum. Aspiran a la democracia, pero sin la mayoría de edad; a una democracia sin ciudadanos participativos y exigentes, sin partidos responsables; a una democracia sin descalabros. En otras palabras, nuestros partidos aspiran a una democracia de a mentiritas.

Veamos si no. Nuestro sistema de representación política es mixto con predominante mayoritario: 60% de las curules de la Cámara de Diputados (300 diputados) se eligen por un sistema uninominal de mayoría relativa, donde gana el candidato que haya obtenido más votos, y el restante 40% por representación proporcional y listas plurinominales, por el que los partidos se reparten 200 diputados según el porcentaje alcanzado en la votación total. Bajo ese esquema es imposible aspirar a una representación proporcional pura. Siendo predominante el sistema mayoritario, debe haber forzosamente una sobrerrepresentación.

Pero nuestros partidos están acostumbrados a ganar en la mesa lo que no están dispuestos a arriesgar en las urnas y convirtieron la predominancia mayoritaria en una cláusula de sobrerrepresentación al revés. Si te sobre representas en más de un 8% te castigo quitándote votos. Sí pero no. Predominante hasta en un 8%.

No defiendo la sobrerrepresentación per se, ni estoy a favor de ninguna cláusula de gobernabilidad. Apunto, tan solo, que nuestros partidos no están dispuestos a correr los riesgos de la democracia. Si no les place el sistema mixto cámbienlo, pero no hagan de él un ornitorrinco.

Otro ejemplo. Nadie vota sobre las listas plurinominales de representación proporcional. El voto para el candidato de mayoría relativa se aplica indebidamente para los de representación proporcional. Si se votaran las impresentables e infamantes listas de los partidos, tal y como lo dispone la Constitución, la composición de las Cámaras sería otra. Sin duda dolorosa para todos los partidos y más para sus dirigentes. Pero la democracia real implica riesgos que nuestros partidos no están dispuestos a correr. Sus dirigencias menos.

Ahora quieren imponernos una cuota de género 50-50. Tendrían que cambiar la ley y que los candidatos de mayoría fueran votados por parejas de ambos sexos, porque el voto por un candidato uninominal es por esencia indivisible. El 100% del voto se va al candidato por el que se vota y, por ende, a su género. ¿Cómo votar 100% por un candidato, cualquiera que sea su género, y pedir que al final el resultado sea 50 y 50 para cada género?

Eso, claro, son tecnicismos que no importan a nuestros partidos. Ellos saben cómo tergiversar en la mesa democracia, Constitución y voluntad popular.

Libertad y democracia implican riesgos. Nuestros partidos, sin embargo, apuestan a "ese estado ovino de armonía entre aspiraciones y logros al que todos querríamos llegar (y) no tiene nada que ver con la libertad ni la emancipación.

"Cuando se apuesta por la libertad (y en este caso por la democracia), nos dice Paramio, (…) es preciso tener una clara determinación de pagar el precio correspondiente, en términos de infelicidad e inseguridad." Pero imposible que nuestros partidos lo acepten.
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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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