POLÍTICA

Caos

Caos

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Tenemos miedo y nos sentimos inseguros, pero aún tenemos libertad.


Editorial Publicado en El Ideario
elideario.mx



En la historia de los regímenes totalitarios, ya sea que estos provengan de procesos democráticos o de golpes de estado -civiles o militares- hay un factor común que los precede: el caos.

Las condiciones presentes -económicas, políticas o sociales – determinan nuestro futuro, y a partir de ciertas variables somos capaces de hacer predicciones más o menos certeras, sin embargo, cuando hay una incapacidad absoluta de poder controlar las variables, obtenemos como resultado un sistema caótico, que puede definirse como un sistema sin leyes, ni instituciones capaces de operar y al final, sin control.

Si revisamos la historia, sobre todo la historia política, el caos no surge de forma espontánea, éste se imagina, se planifica y se ejecuta, el caos es fruto de la causalidad no de la casualidad.

En este sentido, la causas del caos son generalmente visibles, y a veces, aún previsibles. Pero al estar dispersas o aisladas, no tienen efecto hasta cuando ya es tarde para reaccionar.

El caos como origen y causa del totalitarismo, tiene ejemplos muy antiguos, y son infortunadamente frecuentes, con exponentes que pueden causar desde admiración -César o Napoleón Bonaparte- hasta asco como Adolfo Hitler o Pol Pot.

Todos éstos, y otros, han tenido características similares; misticismo paranoico alrededor de su idea de Estado o de su concepto de la libertad, manejo personal e indiscriminado de las instituciones, desconocimiento de cualquier autoridad que no sea aquella emanada de sí mismos, identificación de una causa o enemigo al cual aniquilar, además, han tenido la capacidad de crear -o ser parte importante- del caos que precede su llegada, y lo más importante para ellos; la popularidad o apoyo de las masas, que desesperadas ante la situación caótica que padecen los ungen como salvadores y redentores. A partir de allí inicia otro tipo de problema, impredecible y generalmente más grave.

Es innegable que México tiene muchos y graves problemas, de magnitud variable como el de la inseguridad o la corrupción, que una parte muy significativa de la población vive aún en condiciones de pobreza e injusticia.

La aprobación del actual gobierno está en mínimos y se respira un ambiente de preocupación y desilusión. Todo esto es cierto, pero también es verdad que muchas instituciones públicas y privadas trabajan, no sólo con normalidad, además con éxito.

El país ha avanzado en muchos frentes y no podemos permitir que se nos presente ni como un Estado fallido ni como un país en caos.

Durante años se hablado de AMLO desde muy diferentes perspectivas, los más irreflexivos lo quieren presentar como un loco, nada más lejano de la realidad, otros como un peligro para México, con paralelismos tan absurdos como Venezuela y también muchos lo presentan como el único hombre capaz de sacar a México del caos en el que está inmerso. Debo, por principio decir, que no estoy de acuerdo con ninguno de estos postulados, pero que son tan respetables como el mío y que me permito presentar.

AMLO no es ni un loco ni un advenedizo en la política mexicana, un rasgo de los líderes totalitarios es su conocimiento de la realidad en la que viven, y él lleva muchos años preparándose, recorriendo éste y aquel pueblo, escuchando y hablando del caos y la redención, maquinando su propio modelo. No necesita el caso de Venezuela, sencillamente porque no le sirve, es un hombre lo suficientemente inteligente para entender que no son vías paralelas, son mucho más las diferencias que las semejanzas. AMLO quiere su propio modelo, personal, único.

¿Qué hace para esto? Mezcla lo que no puede mezclarse a sabiendas de que eventualmente será imposible que salga algo bueno de allí, y entonces pone a Napoleón Gómez, a Gaby Cuevas, a Martí Batres, a Ricardo Monreal, a Germán Martínez, a Cuauhtémoc Blanco, a Alfonso Romo, a dirigentes evangélicos, y un largo etcétera, con una condición; que se contrapongan tanto como sea posible y él siempre sea la solución. El caos y el líder.

En su visión, que no en su locura, le da igual jurar una mañana por el PT invocando a la Internacional Socialista y por la tarde de la mano del PES cantar salmos, subir a la montaña y evocar a Jesús. Si sirve, le sirve.

Pero sobre todo hay algo que él no nos ha dicho y que es lo que más me inquieta ¿qué piensa hacer con todos los que no piensan como él?, ¿serán todos estos miembros de la mafia del poder y deben ser por decir lo menos, reducidos?, ¿a quiénes perdonará y a quiénes condenará y cómo?.

Si hay algo escalofriante de los líderes totalitarios es que llegan de la mano de una minoría, que termina imponiéndose al resto, sea como sea.

A la hora de razonar su voto, analicemos lo que falta por hacer, que es mucho, pero sin dejar de ver lo logrado. Tenemos miedo y nos sentimos inseguros, pero aún tenemos libertad. Y no es poco.

El incentivo de erigir a un redentor y salvador en estas condiciones es muy grande, el costo puede ser aún mayor, por eso le pido que no sea un actor pasivo de esta elección, vea, analice, discuta en su círculo cercano y extendido, debata.

No me gustan un pelo los últimos tres gobiernos que hemos tenido a raíz de la transición, pero los prefiero mil veces antes que a un gobierno totalitario erigido sobre la base del yo o la nada. O el caos.

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Redacción LFM Opinión

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