POLÍTICA

Desencuentro

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Para que haya democracia se requieren demócratas

Para tener democracia se requieren demócratas.

A la democracia no se arriba por actos declarativos. Tampoco se conquista de una vez y para siempre. No en balde nuestro constituyente la definió como "un sistema de vida fundado en el ‘constante mejoramiento’ económico, social y cultural del pueblo.

Hace algunos años se nos dijo que ya éramos una democracia y lo festejamos cual segunda independencia. El IFE -se festinó entonces- se había ciudadanizado y unos personajes apolíticos, apartidistas, angelicales, ajenos al bien y al mal, más ciudadanos que cualquier ciudadano, personificaban y garantizaban nuestra democracia. Mentían. Esa democracia tenía ídolos de arena, pero no pueblo.

Para Lincon la democracia era "el gobierno del pueblo, por el pueblo y para pueblo" y a nuestra democracia le sobran próceres y le falta pueblo. Hoy se pretende una reforma que concentre en un Supremo Poder Conservador las elecciones que, por definición, deben estar en manos del pueblo, no de unos santurrones partidizados.

Con la ciudadanización nada cambió en nuestro ADN ciudadano. Al menos para bien. Como ya teníamos garantes de la democracia, podíamos desentendernos del quehacer y las responsabilidades cívicos. ¿Para qué preocuparnos, si los próceres ciudadanizados se hacían ya cargo de nuestra democracia?

Ya sabemos en lo que derivó la patraña de la ciudadanización del IFE y no habrá nadie que hoy pueda sostener que nuestra democracia, además de cara, paranoica y desprestigiada, sea realmente demócrata. Nada tampoco nos permite suponer que confinando las elecciones a un órgano centralista vayan a mejorar.

Aquellos ascetas ciudadanizados derivaron en una partidocracia que hoy se expresa en Pacto. Pero el pueblo sigue ausente.

Ser demócratas no es solo votar, implica aceptar y respetar al otro y participar activa y civilizadamente en la Cosa Pública. El otro no solo tiene derecho a vivir, pensar y pugnar por sus propósitos, sino, y principalmente, a ser respetado. La democracia solo puede darse en una sociedad abierta, es decir tolerante, cívica, pacífica y respetuosa. Pero también una sociedad actuante, que no endose sus responsabilidades a partidos, gobierno, caudillos o arcángeles.

Nuestra vida pública carece de aceptación y respeto por el otro, así como de una sociedad participativa.

Difícil, si no imposible, exigir un México democrático cuando los mentores de nuestros hijos utilizan por argumentos tubos, piedras, bombas molotov y el más absoluto irrespeto a todo aquel que no asuma ciega y fanáticamente su causa.

Estos últimos meses han abierto una llaga supurante en el corazón de la política nacional porque el mexicano se ha desencontrado. El otro ya no es un hermano, sino un enemigo. Ése es quizás el mayor de los costos de haber permitido que el conflicto se escalara a los niveles alcanzados. Quien marcha, por las razones que sean, ha traspasado límites que han ofendido, sino que causado un daño, en la vida, economía o derechos de otro. El valor de la tolerancia política se ha roto, el campo está reseco, los vientos desmandados y los ánimos son propios del bronco al que Reyes Heroles aconsejaba no despertar.

Para quienes reclaman su derecho a marchar, desquiciar ciudades, sentenciar a sus educandos a la ignorancia, golpear policías y destrozar la vida de los demás, el otro no existe y, si existe, no tiene derecho alguno. Para aquel, éste es ya un enemigo y no un ciudadano en el legítimo ejercicio de sus derechos, porque se le ha permitido que vulnere, si no que extinga, los del otro.

No es solamente un problema de una autoridad omisa, sino de una sociedad que se desconoce, se extrema y encierra en bandos irreconciliables. ¡Peligro!

Espero equivocarme, pero puede que lo que hemos observado sea la expresión de una sociedad que se niega a ser democrática y reclama volver a una sociedad cerrada y a un régimen autoritario.

Repito, espero equivocarme, pero para que haya democracia se requieren demócratas y en México no veo más que demócratas de opereta y de coartada.

PS.- Estas líneas me duelen porque las escribo un triste 15 de septiembre.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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