Apuestas suicidas
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Un Santón renuncia a la responsabilidad pública adquirida, alegando acuerdos secretos con sabe Dios quién y de qué. Una institución queda paralizada en el empate de dos cuotas partidistas enfrentadas, gracias al Santón renunciante y al cálculo y conveniencia de algunos partidos.
Un IFE que por segunda ocasión difiere el cumplimiento de sus atribuciones fiscalizadoras y sancionatorias, en sometimiento a quien en pleno proceso electoral le exigía las ejerciera prematura e ilegalmente en contra de su adversario.
Un órgano de Estado, pues, paralizado e inutilizado por la indolencia de un Santón, las componendas y chantajes partidistas, el sistema de cuotas -que una vez más demuestra su vileza e inoperancia- y la irresponsabilidad de todos.
No hay duda de por qué la Cámara de Diputados ha sido omisa en reponer al Consejero Electoral faltante. No le conviene a unos partidos que los multaran antes de las elecciones.
Y ya sabemos, también, por qué al PRI le urgía que sí se designara: para rayarle el cuaderno al PRD, no por la salud del IFE.
Políticas públicas y programas sociales suspendidos porque los partidos no saben comportarse y violentan normas y pervierten acciones e instituciones en compra y coacción del voto. Un IFE sometido al control "cuotero" de los partidos. Sociedad, leyes, justicia y agenda pública rehenes de las elecciones y las conductas torcidas de dirigentes y candidatos.
Campañas de descalificación y lodo.
Desprestigio del adversario que termina desprestigiando a todos y a todo.
Democracia reducida a guerras sucias, escándalos, denuncias y pleitos de cantina.
Elecciones manchadas de sangre. Como hacía décadas no teníamos.
Candidatos muertos, secuestrados, autosecuestrados, renunciados o cooptados. Magistrado amenazado de muerte. Militantes enfrentados por la irresponsabilidad del discurso bilioso de sus dirigentes.
Chantajes impúdicos embozados en hipócritas cruzadas democráticas.
Reclamos por la desaceleración económica y la astringencia en el gasto público, pero demandas partidistas para detener al País hasta después de las elecciones.
Todo porque nuestros partidos no saben comportarse, porque abusan de leyes, presupuestos y necesidades. Ellos son los delincuentes, ellos son los que desvían recursos públicos y los que inyectan dinero prohibido a sus campañas; los que compran y coaccionan el voto, los que se roban urnas y revientan casillas, los que acarrean votantes, los que lo enardecen hasta el fanatismo con sus estrategias de denuesto.
Nosotros, los ciudadanos, quienes sufrimos las consecuencias.
Las pruebas están a la vista, pero sus artimañas logran que no se les encuere, difiriendo los efectos de la fiscalización que los incriminan.
Eso no tiene nada de democracia, ni de participación ciudadana, ni de civismo, ni de política. Se llama partidocracia y es un mal que sufre nuestra sociedad. No es madurez política, es vicio político, es negación de la política.
El PRD está de plácemes porque logró, por segunda ocasión, diferir ser sancionado. No le importa que con ello se lleve entre las patas al IFE, al Tribunal Electoral y a la Cámara de Diputados.
Andrés Manuel López Obrador, causante del sobregiro y del gasto no comprobado, por su parte, dice campante que es un problema del PRD, que él es de Morena y que ni le pregunten. Bien haría Morena en tomar nota de la irresponsabilidad irredenta de su caudillo, que pronto habrá de alcanzar sus puertas.
Llegamos así, finalmente, a unas elecciones desangeladas, marcadas por la diatriba, el chantaje y la violencia.
Preparémonos ahora para el consabido conflicto postelectoral. Volveremos a oír las mismas destempladas denuncias y lamentos.
Algún día los propios partidos se cansaran de su ritornello sin fin. Entonces, tal vez, podamos ocuparnos de México. Mientras ello pasa, que no se mueva la hoja de un árbol, que los partidos juegan sus apuestas suicidas.
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