POLÍTICA

Ver y escuchar medios

Ver y escuchar medios

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Personajes que dicen lo que la gente quiere oír y repiten lugares comunes sin entrar en honduras

Si propusiera incluir en la matrícula escolar la materia de "Ver y escuchar medios" me tirarían de a loco, pero sin duda sería mucho más útil que muchas otras asignaturas de la actual currícula.

La materia tendría que impartirse en las primarias y, además, a través de un programa para adultos; en una especie de Campaña Nacional de Alfabetización para Medios.

Plutarco, que escribió "Sobre cómo se debe escuchar", de seguro secundaría mi propuesta.

El buen Plutarco alertaba a los jóvenes sobre los discursos y aconsejaba admirar con precaución, porque en ello "los entusiastas y bondadosos sufren más daño", y advertía que para valorar hay que hacer caso omiso de la fama del que expone y examinar uno mismo lo expuesto, porque, "como en la guerra, también en la audición hay mucha vaciedad. Pues las canas del que habla, la imagen, el ceño, la fanfarronería y, sobre todo, los gritos, el alboroto y los saltos de los presentes envuelven juntamente al oyente joven e inexperto, como arrebatado por una corriente de agua". ¡Cuántos millones no hubiesen encontrado la muerte si a principios del siglo pasado sus enseñanzas hubieren estado presentes en las juventudes alemanas arrasadas por el histrionismo de Hitler!

Los sofistas, finalmente, pudieron más que la razón y altura moral de Sócrates. Por eso resultaba imperioso para Plutarco enseñar a los jóvenes a escuchar. Para él, los sofistas utilizaban las palabras como tapaderas de sus ideas: endulzan "la voz con ciertas modulaciones y con zalamerías y resonancias, enloquecen y agitan a sus oyentes, proporcionándoles un placer vacío y recibiendo, a cambio, una fama aún más vacía todavía".

Hoy los afeites no están en la voz, sino que los proporciona el medio, que baña al exponente con un halo de brillantez y autoridad tan indisputables como vacuos. La autoridad que ayer radicó el púlpito, hoy se asienta en los micrófonos y pantallas; la potencialidad del sofista no es nada comparada con la cobertura de los medios electrónicos.

Fernando Escalante (La Razón, 11/05/13) cita los casos de Tommaso Debenedetti, quien durante diez años publicó entrevistas fingidas con personalidades del mundo entero, y de Artur Baptista da Silva, expresidiario que presentándose como doctorado en economía se convirtió en comentarista estelar de los programas de opinión portugueses. Ambos fueron encumbrados y consagrados por los medios. Nadie dudó de sus credenciales hasta que la realidad los traicionó.

Personajes que dicen lo que la gente quiere oír y repiten lugares comunes sin entrar en honduras se reproducen en todos los ámbitos, desde la política y la opinocracia, pasando por la economía y la salud, hasta el programa de escándalo o abierta denigración. El discurso ha perdido contenido en beneficio de una efectividad tan emotiva como efímera. No importa qué se diga, sino cómo se diga. La gente se enardece y aplaude, y luego no tiene ni siquiera que olvidar lo que escuchó, porque no escuchó idea alguna, solo ruido, lugares comunes, sobaditas a su ego, odios, miedos e ignorancia.

También aconsejaba Plutarco hacer una valoración y juicio de la audición a partir del estado de ánimo con que se escucha. Lo que, traído a nuestros días sería: debemos hacer una valoración y juicio de cómo nos mueven el ánimo para hacernos indefensos al mensaje, y debemos preguntarnos por el interés que se esconde tras el manejo de emociones e información.

Si se enseñara a ver y a escuchar a los medios posiblemente no tendríamos los maestros que tenemos, ni los políticos que sufrimos, ni nuestra opinocracia que nos extravía en su mediocridad, ni la indigencia que define nuestra cultura.

A diferencia de los tiempos de Plutarco, entre el emisor y el receptor hoy hay un tercer jugador, invisible pero omnipresente y omnipotente, el medio. No en balde McLuhan nos advirtió de que éste era el mensaje.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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