Función que funcione
"Los tontos entran a grandes zancadas donde los ángeles no se atreven"
- Pope
Nunca ha dejado de sorprenderme la versatilidad y temeridad de nuestra clase política: de líder de barrio a presidente de la Comisión de Hacienda; de invasora de predios a senadora; de amigo de francachelas a gobernador; de psiquiatra familiar a embajador; de compadre a Oficial Mayor; de chofer a coordinador logístico y de seguridad. ¡Y hay quien se asombra de Calígula y su caballo!
Aparte se cuecen los burócratas profesionales que recorren las dependencias públicas como si entre ellas no mediaran especificidades y capacidades diversas.
Mi decepción de la política nacional no fue gratuita, me costó muchos años de pequeños y grandes desengaños. Conforme éstos se sucedían, iba penetrando la magnitud de los problemas, la complejidad de su entramado y lo casi imposible de su procesamiento; en mí crecían el respeto y la cautela por la responsabilidad pública; me sabía, y me sé, incapaz de ciertas áreas, funciones y sectores, negado para ciertos temas y refractario a otros; cierto de no aceptar algunos puestos, de habérseme ofrecido, y hasta de tramitar amparo, de haber sido el caso.
Mientras crecía mi respeto por la función pública, prosperaba mi desprecio por aquellos funcionarios que sin rubor, ni conciencia, aceptaban los cargos sin parar mientes en las capacidades y aptitudes requeridas, y en responsabilidades y costos sociales inherentes. Para una gran mayoría de ellos, los cargos no son responsabilidad, sino pago de compromisos. Los asumen como propiedad, no como función a cumplir. "Chambas" que me deben, no responsabilidades que me asignan. Escalones en una carrera política, oportunidad de hacer negocio o reintegro para resarcirse de gastos de pasadas campañas; favores, componendas, complicidades y corruptelas.
Funcionarios que no llegan a imponerse del problema, sino a hacerse de la caja y a mercar con lo que es su responsabilidad legal y política.
Pero la función pública no responde al "debe y haber" políticos, sino a una necesidad social, presente, apremiante y, la mayoría de las veces, explosiva. Atrás de las grandes oficinas, existe una sociedad en espera de ser atendida, una problemática compleja que exige respuesta, una función pública que acredite la razón de ser del Estado, ciudadanos que esperan funcionarios capaces, honestos, comprometidos y eficaces.
La función demanda capacidades, aptitudes y experiencia. Por supuesto que éstas se pueden adquirir en su ejercicio, pero ello lleva tiempo y riesgos; por eso a los puestos de dirección deben llegar quienes ya las han desarrollado y no quienes lleguen a desarrollarlas. Manuel Bernardo Aguirre le dijo a Echeverría que el cencerro no se pone al becerro más joven. Aquél hizo caso omiso y que Biebrich les cuente la historia. Merlín le dijo a su aprendiz que no se juega con la magia y aquél, soberbio y desobediente, desató tormentas.
La función pública, además del conocimiento de la materia, exige discernimiento del sector, sus jugadores e historias.
Un día "le dijeron a Sócrates que alguien no se había hecho en absoluto mejor con un viaje: ‘lo creo’, respondió, ‘se había llevado consigo". (Séneca)
El PRI fue enviado muy lejos por el pueblo de México. ¿Se hizo mejor en el viaje?
No hay un solo ejercicio de autocrítica verdadera que así lo acredite.
La sociedad, sin embargo, le ha dado una nueva oportunidad.
Su reto es inmenso, su tiempo limitado.
El Elbazo generó confianza, pero no se gobierna a "elbazos", sino con el ejercicio diario, modesto y eficaz de la función pública en todas y cada una de sus expresiones y niveles.
El Presidente Peña hará bien en cuidar, además del pacto y las reformas estructurales, que las oficinas públicas cumplan su cometido y los funcionarios su función.
Así como Sócrates, Peña debe estar consciente que el puesto no hace mejor al funcionario si éste lleva consigo atavismos nefandos y cuando en su alma palpita la función pública como conquista, pago o medro, y no como la más alta responsabilidad.
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