POLÍTICA

Maquila legislativa

Maquila legislativa

Foto Copyright: lfmopinion.com

A nadie le importa quién llegue a las Cámaras. Sea lo que sea que se requiera, se contratan despachos, centros académicos o "ignorantes con diploma” para que lo maquilen a cambio de pingües ingresos

Lo recuerdo subiendo a la tribuna en la vieja Cámara de Donceles y Allende. Alto, con texana calada, pantalones Topeca, chamarra de cuero y botas vaqueras. Eran las cuatro de la mañana y la discusión de la ley había empezado desde las once horas del día anterior. Por la tribuna habían desfilado cualquier cantidad de diputados y lo que permeaba era cansancio y hartazgo en aquella fría madrugada. Para él era la primera y última vez que subiría a tribuna. De hecho nunca pensó que lo haría. Era corto de palabra: hombre de campo, llano y directo, ajeno al discurso parlamentario y a la argumentación política y jurídica. Se plantó en la tribuna, respiró profundo y se quedó pasmado. Las palabras se rehusaban a salir, guarecidas tras su miedo y aprehensión.

La Cámara, generalmente ignorante de lo que se dice en tribuna, se sorprendió ante su silencio y puso atención en aquel diputado de sombrero que la veía con cara de espantado. El viejo Azcoytia, fundador de la distinguida y necesaria dinastía de apoyo parlamentario, se acercó con un vaso de agua y algo le comentó de refilón. El diputado lo volteó a ver como a quien se le acaba de aparecer un marciano, tomó un trago de agua e inició con un hilo de voz apenas audible. Palabras más, palabras menos, dijo:

-Llevo horas oyéndolos hablar del campo y de los campesinos. Dictan cátedra y nos dicen qué y cómo hacerle, pero ustedes no conocen más tierra que la que traen en las uñas, ni campesino que no sea su jardinero.

Su voz fue subiendo en fuerza, su palabra en fluidez y su coraje se convirtió en torrente. El dique se había roto, aquel hombre sacaba de lo más profundo de su ser el enfado del auténtico contra el simulador. Su rabia brotó en lágrimas de impotencia y su discurso capturó la atención y vergüenza de aquellos legisladores a quien uno de los suyos los regresaba a la realidad del México agrario. Con más dolor que llaneza narró las dificultades de los hombres del campo, la falta de apoyos, de crédito, de precios; la presencia de especuladores, la corrupción de líderes y funcionarios, la indolencia de la burocracia, el abandono social, el clientelismo electorero.

Las necedades parlamentarias y politiqueras de las fracciones, que amenazaban con tenernos allí hasta el día del juicio final, cedieron ante el reclamo del hombre de campo que, airado, los urgía a dejar de perder el tiempo y aprobasen la ley que entonces se discutía.

Tal es la razón de la representación política. A las Cámaras deben llegar los jurisconsultos y especialistas en temas diversos, pero también Juan Pueblo, que sabe qué es lo que México necesita porque vibra en su ser.

Hoy, sin embargo, a nadie le importa quién llegue a las Cámaras. Sea lo que sea que se requiera, a una reforma constitucional, fiscal, ecológica, de agua o de energía atómica, se contratan despachos, centros académicos o "ignorantes con diploma" para que las maquilen a cambio de pingües ingresos.

Una vez maquilada, la iniciativa se lleva a la mesa de negociaciones: "mi ley de protección al sueño de la mariposa Monarca por tu ley de cuota de género en la producción de escamoles. Tu apruebas la mía y yo la tuya, y ahí nos vamos".

Puestos de acuerdo los pastores, lo demás es mero trámite.

Las leyes hechas así, in vitro, y por académicos ajenos a la áspera realidad sociológica son castillos de la pureza sin vida y, las más de las veces, sin futuro.

De seguir así, quizás convenga, cerrar las Cámaras y que las dirigencias partidistas pacten qué leyes quieren y las pidan por Internet a los dueños del negocio de las leyes en México.

La maquila legislativa es un gran negocio, pero, además de no garantizar la calidad en sus productos, termina por cuestionar, aún más, la representación e idoneidad de nuestros diputados y senadores.

#LFMOpinión
#Política
#Legisladores


Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

Sigueme en: