Huracanes sociales
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La soberbia suele mal aconsejar. Para muchos en Estados Unidos el cambio climático era un problema del tercer mundo, pero sus paranoias más bien se alimentan de los fanatismos religiosos del Medio Oriente, pacientemente cebados por la ceguera de su diplomacia petrolera, militar y economista.
Sus centros de inteligencia planean sobre los recursos naturales del mundo como si éste estuviese deshabitado. Si es necesario incendiar el Medio Oriente para asegurar petróleo no se tocan el corazón, para luego sorprenderse de las tormentas humanas que desatan y que no responden a ninguno de sus fríos y obtusos cálculos.
Malo y viejo es aquel chiste del presidente norteamericano que finalmente, en uno de tantos programas de apoyo económico, termina comprando México y demanda el desalojo de los mexicanos.
Pero todo está en todo, y tarde o temprano lo que haces contra otro termina por afectarte. Díaz Ordaz se los dijo fuerte y claro en su propio Congreso: "No se puede vivir en la opulencia rodeado de miseria".
Hoy los norteamericanos no solo viven en pánico permanente, en parte auspiciado y administrado por sus propias autoridades, de cara a algún atentado terrorista, sino que los huracanes que solían solazarse sobre países bananeros tocan a sus puertas y les muestran lo endeble de su fortaleza.
Su infraestructura urbana no está pensada para este tipo de fenómenos; su arquitectura menos. Lo inteligente de sus edificios y sistemas no sabe nada de la furia y devastación de un huracán.
El "Huracán" es una deidad ajena, de un pueblo desparecido tras la Conquista y expoliación del Caribe, que hoy muestra su fuerza a la sociedad que se creía más allá de las inclemencias terráqueas.
La tecnificación de las sociedades modernas lleva incubada su propia debilidad. Todo se controla por sistemas centrales que cuando fallan los regresan a la edad de las cavernas. Muchos de sus edificios controlan su ventilación por un sistema central, cuando éste deja de funcionar no tienen ni siquiera la posibilidad de abrir manualmente las ventanas ya que están diseñadas para no abrirse, para qué, si el sistema de ventilación es inteligente y los huracanes son cosas del tercer mundo.
Pues el tercer mundo ha tocado a sus puertas, no solo a través de los millones de migrantes que día a día colman sus peores pesadillas, sino con el cambio climático llevado a domicilio y el fanatismo religioso elevado al paroxismo.
Y traigo el ejemplo porque la soberbia no es privativa de sociedad alguna. Debemos de vernos en el espejo de nuestros hoy golpeados vecinos para corregir nuestros pasos.
La soberbia en México se expresa en términos de poder. Parte de la debacle panista tiene que ver con la soberbia del poder, mucho de los descalabros pejistas también, y no se diga del haber del tricolor.
La soberbia es el mayor enemigo del PRI en su regreso y el peor de México en su conjunto. Nos urge una buena dosis de humildad en todos los ámbitos, pero principalmente en los actores de los círculos de poder, sean éstos políticos o fácticos.
México requiere que sus llamados líderes (que nada liderean pero sí dominan) entiendan que la concentración de poder e imposición de particularismos solo hace más profunda y lóbrega su tumba. Solo en la verdadera colaboración podremos salir adelante como sociedad y Estado, lo cual implica que todos cedan parte de su poder y control. Si no lo hacen, son Titanics en busca de icebergs que les recuerden que su poder, por más embelesador que sea, es prestado y endeble.
No hay poder, sea presidencial, sindical, económico, mediático, religioso, militar o criminal que no sea hoja al viento frente a huracanes sociales.
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