Cercos al mar
Hubo una vez que las reformas fueron políticas; hoy son electoreras.
Las hubo que concitaron la participación de expertos y sociedad a través de foros y discusiones mediáticas, y las hubo que fueron objeto de profundas y arduas discusiones parlamentarias; hoy se negocian en lo oscurito. Las cúpulas partidistas mercan figuras políticas, reglamentaciones, instituciones y nombramientos como si fueran frutos en el mercado: "tú me apruebas precampañas y yo te apruebo fiscalización"; así llegan pactados al pleno los dictámenes y se votan sin discutir sus méritos; se discute, sí, posturas ideológicas, coyunturas políticas y afrentas de lavadero, pero nada que tenga que ver con el fondo del ordenamiento sujeto a aprobación.
Hubo reformas en las que se preguntó cuál era el problema a resolver y a partir de su definición se construyeron verdaderas opciones legislativas; hoy las reformas son de contentillo. ¿Cuál es el reclamo de López Obrador, así sea una más de sus tropicales excusas para sobrevivir en y por el conflicto político?
La última reforma no atendió al verdadero problema electoral que es la compra y coacción del voto, sino a los fantasmas y caprichos de López Obrador. La resultante fue una reforma que no resolvió problemas, que complicó endemoniadamente el proceso electoral, lo hizo más caro y que conculcó libertades.
Lo único rescatable fue intentar acabar con el gran negocio electoral de las televisoras y, por ende, su margen de chantaje, pero la experiencia nos muestra que siempre hallarán formas de vender caro su amor y chantajear con sus favores.
Ahora nuestros egregios diputados pretenden prohibir la publicitación de encuestas durante las campañas porque, dicen, son formas disfrazadas de manipulación ciudadana. Ergo: el ciudadano es un débil mental al que hay que cuidar, confinándolo, de la maldad política.
De seguir por esa vía todo tipo de expresión deberá de ser prohibida, y las campañas, en tanto formas encubiertas de comprar votos y corromper voluntades, cuantimás.
Una franja importante de nuestras izquierdas tiene vocación a inmolarse, sus propuestas nunca responden a expandir los cauces de libertades y participación políticas, sino a conculcar unas e inhibir otra.
Mañana, de prosperar esta tendencia, la participación ciudadana será delito y la expresión política sedición.
La política solo la podrán hacer los candidatos. Y ya vimos en la rigidez de los formatos de la pantomima de sus debates los márgenes de riesgo que están dispuestos a tomar.
Nuestras reformas, pues, no son para abrir espacios políticos sino para penalizar la política.
Lo que no entienden es que es imposible ponerle cercos al mar.
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