No con mi voto
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Lo más importante de la democracia es el voto.
El voto ciudadano es su única razón de ser.
Sin el voto la democracia es solo circo y vergüenzas.
Es el valor supremo de la libertad y voluntad ciudadanas expresadas en el sufragio lo que sustenta el gasto insultante de las campañas.
Es nuestro voto el que explica y sostiene el sistema de partidos.
Es nuestro voto la razón de ser de candidatos y de toda la parafernalia electorera.
Es nuestro voto lo único que cuenta y vale en la democracia, lo demás le es accesorio.
Sin embargo, la partidocracia ha construido un sistema sancionatorio que lo que castiga es el voto ciudadano. Si alguien comete un ilícito electoral, lo que se sanciona es la votación, anulándola, nunca se penaliza al verdadero infractor.
Ningún presidente de partido ha pisado la cárcel por desmanes electorales, ningún candidato ha sido sometido a proceso por posibles ilícitos. En nombre de la democracia hay quien hace de la mentira, la farsa, la tergiversación de hechos y el engaño un modus vivendi.
En no pocas ocasiones los partidos utilizan el fuero legislativo para abusar impúdicamente de la ley.
La irresponsabilidad ética, política, jurídica, social, económica e histórica ha hecho de nuestra democracia escudo de sus abusos.
En nuestra democracia no hay lugares para demócratas, solo para trepadores.
En nuestra democracia el ciudadano y su voto carecen de valor frente a los cálculos y negociaciones inter e intrapartidarias.
¿Cuántos votos se han anulado por actos imputables a partidos, candidatos y sus huestes iracundas, sin responsabilidad alguna del ciudadano cuyo voto es masacrado?
Una verdadera democracia no permitiría socavar el voto ciudadano. Aquí privilegiamos el capricho partidista y la irresponsabilidad política por sobre el voto. Lo anulamos, anulando al ciudadano, por actos que no le son imputables. En muchas ocasiones se anula por actos cometidos por el partido que impugna, en no pocas por capricho y necedad.
Hoy enfrentamos un reclamo por anular cincuenta millones de votos. ¡Nada más cincuenta millones de votos! El simple hecho de plantearlo es suficiente para encerrar al postulante en un manicomio y tirar las llaves al fondo del océano.
El Señor López Obrador no tiene derecho a jugar con mi voto, ni con el de nadie. Y eso es lo que hace: solicita anular la democracia en nombre de la democracia; callar los votos; tirarlos a la basura y continuar en su campaña perene.
Tiremos por la borda el mandato ciudadano y los miles de millones de pesos que nos costó que se expresara. Gastemos otra vez tiempo y recursos, posterguemos por siempre la atención de los problemas nacionales. Anulemos al ciudadano, cuyo ejercicio político hoy se tacha de corrupto y mercanchifle: no es digno de la democracia en donde lo único que no vale es su sufragio y su persona.
Que los partidos pacten una presidencia interina por sobre 50 millones de electores, que la campaña siga por siempre, que México se pudra en sus problemas mientras haya mítines que mitiguen la adicción a no respetar al ciudadano y a su voto.
Anular votos es anular ciudadanos.
Ser candidato no da derecho alguno sobre los votos ciudadanos; antes bien, los votos vinculan la candidatura a sus resultados, no a caprichos mesiánicos.
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