Mitos electorales
En 1988, antes del IFE, el Secretario de Gobernación, en su calidad de Presidente de la Comisión Federal Electoral, montó un sistema de información casero sin ningún otro propósito que accesar información de casillas. Este sistemita no tenía ninguna validez procedimental ni legal. Era un instrumento informático del Secretario, no aportaba nada a la Comisión y menos al proceso electoral.
Dicho sistema falló. Se cayó en términos cibernéticos y de allí se construyó uno de los grandes mitos electorales: en los cincuenta minutos que el sistema dejó de funcionar la maquinaria gubernamental, se dijo, cambió todas y cada una de las actas de casilla, las sábanas con los resultados pegadas en las afueras de éstas y todos los paquetes electorales a lo largo y ancho del país. El fraude se había consumado con la caída del sistema y desde la oficina del Secretario de Gobernación a través de un sistema que no funcionaba. ¡Vive Dios, ni Kafka pudo haber imaginado semejante patraña!
De este mito salió, entre otras cosas, el Programa de Resultados Preliminares, sistema de informática de punta y altísimo costo de operación con el único propósito que nadie pueda decir que en unos minutos se cambia la voluntad popular depositada en las urnas. Eppour si Mouve, en el 2006 se alegó la existencia de un algoritmo fantasma -nunca probado y absurdo- que fue introducido al PREP para alterar la captura y exposición de resultados preliminares, de suerte que de cara al mundo entero se fuese construyendo un fraude cibernético y con él a un ganador espurio.
Ni en 88, ni en el 2006 estos sistemas de información tenían otro propósito que brindar información preliminar la noche de la jornada electoral. En otras palabras, estos sistemas nunca tuvieron, ni pueden llegar a tener, efectos vinculatorios, son simples ejercicios de información.
El proceso electoral, como todos saben, es algo mucho más terrenal: los votos se cuentan, se levantan actas, se publican resultados en casillas, se remiten los paquetes electorales a los Consejos Distritales y éstos hacen cómputos de los votos de todas las casillas de su distrito el miércoles siguiente. El resultado de esos cómputos y su sumatoria nacional arroja una consecuencia vinculante, legal, procesal, documentada y construida por ciudadanos y funcionarios electorales en presencia de representantes de todos los partidos políticos. Esos son los verdaderos resultados electorales.
Para esta elección el IFE se blindó hasta la paranoia: PREP, auditorías al PREP, encuestas de salida, conteos rápidos y fotografía a color de todas y cada una de las actas de casilla capturadas en el PREP. Por si acaso no fuese suficiente, un acuerdo entre candidatos presidenciales con la única finalidad de aceptar de cara a la Nación lo que la ley y la responsabilidad cívica y política les obligan a aceptar: los resultados electorales.
Pero no hay República Amorosa que valga ni firma ni compromiso que subsista cuando de AMLO se trata.
Lo paradójico es que hoy su discurso niega los esgrimidos en 1988 y 2006: hay que esperar, sostiene, a los cómputos distritales, ellos son los únicos que realmente valen. Y tiene razón, como la tuvimos en 88 y en 2006 quienes así opinamos.
AMLO se quedó sin excusas. ¡Enhorabuena!
Es hora que nuestros partidos y candidatos dejen de engañar a la ciudadanía con cuentos y mitos.
Lo que nos ha costado a los mexicanos en recursos públicos, en tiempo y esfuerzos ciudadanos, en desdoro de la política y de los políticos, y en descrédito de instituciones, de leyes y procedimientos los supuestos fraudes electorales alegados por quien pierde no tiene precio ni justificación.
No hay democracia posible ante la mala fe e inquina de políticos y partidos desleales a la ciudadanía y a su mandato. No es un problema de sistemas, recursos y paranoias, es de responsabilidad política
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