POLÍTICA

Mayoría estéril

Mayoría estéril

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Las democracias modernas son un cultivo de filias y fobias, manejo de emociones; puchero de miedos, esperanzas, veleidades e ignorancias. Cuentas verdes, cantos de sirenas, pócimas milagrosas, marquesinas de cabaret barato. Todo, menos acuerdo, agenda y compromiso.

Hay en las democracias modernas un diseño disfuncional que las acerca más a un reality show, que a forma de gobierno, a participación y a mandato ciudadanos.

En política lo único que cuentan son los resultados, y los de nuestro diseño democrático son cuantitativos, no cualitativos; formamos mayorías -cada vez más exiguas y en franca minoría de cara al abstencionismo ciudadano- pero no voluntad general; mayorías fugaces y estériles, sin mayor vínculo, identidad ni propósito. Amasijo de pareceres y humores, más no proyecto común. Encuesta en urna, no unidad de acción ciudadana en los términos de Herman Heller.

De nuestras elecciones no sale mandato alguno, porque el ciudadano vota con las tripas. Las democracias modernas son un cultivo de filias y fobias, manejo de emociones; puchero de miedos, esperanzas, veleidades e ignorancias. Cuentas verdes, cantos de sirenas, pócimas milagrosas, marquesinas de cabaret barato. Todo, menos acuerdo, agenda y compromiso.

Calderón hoy dice que llegó por voluntad divina. Delira. Llegó por el cultivo del miedo en la masa electoral.

Aceptémoslo: democracia y sobrepoblación son antítesis. El manejo de las masas está demostrado desde Hitler. El individuo pierde su identidad, raciocinio y libertad cuando se halla inmerso en el magma de las grandes multitudes. En el estadio de fútbol el comportamiento mecánico de la ola es un acto reflejo de una masa informe; tras el último silbatazo, los individuos recuperan su razón, libre albedrío y personalidad, y el otrora comportamiento, tan sincrónico como ajeno, es imposible.

Aceptémoslo: marketing y acción ciudadana son antítesis. Los candidatos no salen a convencer ciudadanos, sino a producir comportamientos de masas. De allí que de las elecciones no surjan compromisos comunes, ni suma de voluntades, ni identidad, ni vida comunitaria. El elector sale de la casilla sin nada que lo comprometa, solo con la cruda de la manipulación emocional.

Aceptémoslo: autoridad y liderazgo no son producto automático de una mayoría en las urnas. La democracia moderna, rehén de los medios, puede hacer presidente a un poste de luz si éstos se lo proponen. Lo único que no pueden hacer es construir verdaderos liderazgos sociales y autoritas en el sentido clásico del término.

La democracia moderna es todo menos un ágora, y tiene todo menos deliberación y acuerdo. En ella el individuo no es un ciudadano libre y racional, sino un número manipulado por la complicidad del marketing, el dinero y los medios, que son, como la Santísima Trinidad, tres y uno.

Nuestras elecciones son como los campeonatos de fútbol: no importa quién gane, sino el inmediato inicio del siguiente. Vamos a las elecciones a ver quién gana, no a construir un mandato ciudadano, ni una voluntad general, ni un proyecto común. Son un espectáculo y un gran negocio, pero no una verdadera expresión de la participación y voluntad ciudadanas.

Por eso nuestra democracia se come a sí misma, porque termina siendo excluyente, porque no construye nada, porque solo entretiene y distrae; porque es forma sin contenido, porque no integra ni expresa mandato ni compromiso alguno.

El Estado, decía Marx, es la sociedad en movimiento, pero ese movimiento no puede ser el de la masa informe e inconsciente, sino la unidad de acción de voluntades individuales libremente orientadas hacia un propósito común.

La democracia moderna es de masas, ruidos y colores. Es una democracia vacía, estéril y suicida. Cantidad, no cualidad ciudadanas. Mayoría, no voluntad general.

Se nos olvida que la democracia es solo un mecanismo para integrar representación política y gobierno; representación política y gobierno que requieren, no solo de la expresión mayoritaria, sino de la voluntad común y de la unidad de acción ciudadana, que se traduzca en gobernabilidad. Y nuestra democracia no da gobernabilidad, antes bien, la impide.

Nuestras elecciones no nos consideran ciudadanos, sino números; no abren espacios de participación y acción política; entretienen, engañan, excluyen, gastan. Finalmente, no nos concitan a nada. Nada construyen.

No nos llamemos a sorpresa entonces ante el fracaso de nuestros gobiernos -sean del signo que sean-, porque carecen de columna vertebral que los sostenga. Al igual que la democracia que les da vida, son como los cohetes de feria: juego de luces y ruido que se pierden en una noche más oscura.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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