POLÍTICA

Endogamia electoral

Endogamia electoral

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El desarrollo histórico de nuestras reformas "electoreras” es endogámico

Carlos II (1665-1700), último Habsburgo español, mejor conocido como "El hechizado", fue un rey enfermizo, maltrecho, prognata, débil mental, epiléptico e impotente. Pudo ponerse de pie hasta los nueve años y fue hasta los quince que balbuceó palabra. Símbolo de la decadencia endogámica. Un monstruo, un inútil, un peligro; finalmente, una fase terminal.

Cuando veo el COFIPE no puedo más que pensar en Carlos II.

El desarrollo histórico de nuestras reformas "electoreras" es endogámico.

El empuje original de las grandes reformas políticas, reformas de gran calado y horizonte, se estandarizó en reformitas electoreras, periódicas y rabonas, que se han dedicado a atesorar prebendas partidarias, en detrimento de los derechos políticos ciudadanos y en contrarresto de nuestra democracia.

El análisis teleológico de nuestra legislación electoral muestra que atiende al medro y felonía partidista, no al ciudadano y menos a la democracia.

En otras ocasiones he mencionado a José Luis Lamadrid diciendo que el primer COFIPE -muy superior al actual- había sido producto de una violación tumultuaria de los partidos a la técnica legislativa y a las figuras jurídicas electorales. Pero la violación se hizo adictiva y el resultado es una norma endogámica, maltrecha, débil, confusa, contradictoria, en muchos casos absurda, insuficiente y, a todas luces, en fase terminal. La cara de nuestra legislación es un multifrontismo al que el propio Picasso envidiaría, donde colores y trazos acusan paternidades y taras.

Nos esforzamos por construir una democracia y lo que logramos fue una partidocracia de conquistas electorales al más puro estilo sindicato oficial.

Baste leer el artículo 41 de la Constitución, solo los dos primeros párrafos hablan del pueblo y su democracia, el resto es dedicado a los partidos, IFE y justicia electoral. El apartado de partidos -reducido a reglamento y manual-, habla de sus fines, la salvaguarda de su vida interna, su financiamiento –preferentemente público-, los topes de gastos de campaña, la liquidación de sus obligaciones al perder su registro, su acceso gratuito a los medios de comunicación, la administración de los tiempos del Estado en radio y televisión en su beneficio, la prohibición para que nadie contrate tiempos en radio y televisión para influir a favor o en contra de los partidos; las reglas de su propaganda y la reglamentación de las precampañas y las campañas.

Verdaderas reformas políticas las del 77 y 90, las demás son reformitas confiscatorias de derechos ciudadanos en favor de conquistas partidistas; botín de guerra y territorio ocupado; inembargables, intransferibles, imprescriptibles e inextinguibles.

Si el electorado decidiese votar en un 70% o más por un partido para diputados, la legislación lo castigaría porque ningún partido por sí mismo puede tener más del 60% de una Cámara. Diga lo que diga el electorado, un 40% de curules se reparte entre los demás partidos sin importar el sufragio.

Tenemos 32 senadores de Representación Proporcional que son una aberración constitucional y federalista, solo para abrir espacios (botín) a los partidos. Otros 32 son premios de consolación al segundo lugar con el mismo propósito.

Sobre las listas de diputados y senadores de Representación Proporcional no hay elección ni voto posible en términos constitucionales, la libertad de elegir está acotada por la cuota de género, el derecho a ser votado está restringido por el monopolio partidista de las candidaturas.

Nuestros partidos no luchan por ideas políticas, sino por prerrogativas que se han asignado por ley.

Pero la endogamia legislativa electoral, como toda endogamia, ha terminado en un absurdo monstruoso, inaplicable y mortal.

Toda endogamia, pregúntese si no a Carlos II, termina por cobrar sus abusos y cerrazones. Hoy tenemos un ambiente electoral paranoico: todo está prohibido y es punible. Las propuestas y la deliberación han sido sustituidas por las quejas, los reclamos y las descalificaciones. No se compite por ganar el apoyo ciudadano, sino por despeñar al contrario. Tenemos un sistema electoral que se consume y denigra a sí mismo, sin construir consensos, sin escuchar la voluntad general, sin despertar civismo.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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