POLÍTICA

Otra generación

Otra generación

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La privatización es ya historia que acreditó lo erróneo de su presunción. La riqueza nacional no se ha convertido en capital de la Nación, sino en instrumento de especulación depredadora e irresponsabilidad social de unos cuantos

El paradigma del poder en México cambió en 1985. Ante la emergencia de los sismos de aquel aciago septiembre, el gobierno mostró su desnuda incapacidad. Hechos y sociedad lo habían rebasado de tiempo atrás y solo le quedaba la impostura que cayó por los suelos junto con los edificios derrumbados por el temblor.

El Leviatán resultó ser un enano del tapanco al que pronto se le perdió el respeto y el miedo. Los políticos entraron en franca depreciación y la privatización que vendría años después entronizó como nuevo paradigma al empresario como agente social responsable, democrático, nacionalista y eficaz.

La moda privatizadora partía de un aserto nunca acreditado: que el empresario podía hacer las cosas mejor que el gobierno y que el liderazgo empresarial era mejor, más responsable y más socialmente comprometido que cualquier liderazgo político.

Así, la riqueza nacional y la esperanza política se entregaron al empresariado mexicano, sin otro mérito que no ser político, aunque sí politizado. Los empresarios tomaron por asalto al partido de la derecha y aprovecharon el acreditado desdoro de los políticos tradicionales para hacerse del poder en el 2000. Su objetivo era el poder por el poder, las arcas públicas y los grandes negocios de obras y concesiones públicas, no el cambio de rumbo, ni la democracia, ni la justicia social.

En el 2006, ante el probable triunfo de la opción de nuestras singulares izquierdas ese empresariado cerró filas mostrando su verdadera cara antidemocrática. Lo hicieron enfrentando a la sociedad entre mexicanos buenos y malos, entre empresarios responsables y políticos peligro para México. Pronto los volveremos a ver en acción dinamitando cualquier puente de entendimiento y civilidad para pretender imponernos nuevamente, así sea con baños de sangre, su opción política.

Muchos años han pasado desde aquel 85. La privatización es ya historia que acreditó lo erróneo de su presunción. La riqueza nacional no se ha convertido en capital de la Nación, sino en instrumento de especulación depredadora e irresponsabilidad social de unos cuantos. El control que un puñado de ricos ejercen sobre la riqueza nacional e instituciones nacionales que debieran estar al servicio de México han probado lo antidemocrático del talante empresarial y su falta de conciencia y solidaridad social.

La riqueza es un fenómeno social y como tal no puede privatizarse. La riqueza la genera la sociedad y sus beneficios deben ser de todos, no de unos cuantos.

Hoy sabemos que nuestros empresarios no son mejores que nuestros políticos, que la corrupción no es privativa del político, ni de partido alguno. Que los liderazgos empresariales no tienen más derrotero que el bolsillo de unos cuantos y que hoy la sociedad está más pobre, menos solidaria y más desesperanzada que hace 20 años.

Citando al gran abogado y mejor amigo, Gonzalo Aguilar Zinser, "no necesitamos otros líderes, sino otra generación". Todos nuestros liderazgos nos han fallado y probado su incapacidad, dejándonos en la peor de las orfandades.

La magnitud de nuestros problemas es tal que no hay liderazgo que pueda con ellos. Lo anterior, sin descontar que nuestros líderes se han achicado hasta la ignominia.

Necesitamos otro paradigma, no podemos seguir esperanzados en líderes providenciales. Solo la unidad y el esfuerzo nacional podrán sacarnos adelante. Necesitamos recuperar el sentido de nación y de comunidad de intereses. Solo con el concierto de todos podremos resolver nuestra desesperada situación.

Creo, sin embargo, con Gonzalo Aguilar Zinser, que México habrá de tocar fondo y posiblemente para la década de los cuarentas de este siglo una nueva generación pueda retomar la senda efectiva de crecimiento con justicia y solidaridad social que hace mucho extraviamos.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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