POLÍTICA

Fracaso ciudadano

Fracaso ciudadano

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El marketing nos vende lo que nosotros somos. Nuestros políticos son la expresión más contundente de nuestro fracaso ciudadano

Quién deba gobernar es un tema tan añejo como la humanidad misma: el más viejo, el más fuerte; el mago, el hechicero, el sacerdote; el sofista o el filósofo; el Rey por derecho divino o el gobernante electo periódicamente por la soberanía popular.

Hoy sabemos que gobierna quien más votos gana. El problema es que el voto responde a todo menos a la racionalidad.

La democracia parte de un concepto inexistente. Su teoría presupone un ciudadano de tiempo completo, entregado en cuerpo y alma a la cosa pública.

La verdad es que el ciudadano, antes de serlo, es padre, esposo, hijo, empleado, empleador, feligrés, aficionado a un deporte; proclive a temas diversos, propenso a miedos varios, inclinado a ciertos gustos y refractario a otros. Y decide con todos y cada de uno de esos roles. No llega a la casilla y se despoja de todas sus otras facetas para decidir solo y exclusivamente como ciudadano total, sino que en la casilla es todas y cada una de ellas.

Eso lo sabe el marketing y busca mover los resortes emocionales de cuanta faceta pueda opacar, sino que enterrar, la de ciudadano.

Las sofisticaciones temáticas e ideológicas aburren y repelen. Se requiere un esfuerzo mayúsculo para sentarse a analizar los temas ciudadanos en su aridez y complejidad. Siempre es más fácil dejarse llevar por gustos, aficiones, aflicciones, odios o miedos.

El involucramiento emocional, además de evitar el esfuerzo racional, engaña haciéndonos creer que se toma parte actuante en un acontecer, cuando sólo se es comparsa mercadológica.

Los atributos que hoy busca el electorado para elegir son superficiales, anodinos y anecdóticos. Nada tienen que ver con el análisis racional de opciones, todo con reacciones emotivas y ciegas.

La ecuación debiera ser diferente. Los atributos del gobernante deben responder a los problemas a enfrentar.

En eso Manlio tenía la razón: Cuáles son los problemas, cuáles sus soluciones y, en función de ello, el perfil del gobernante. La razón, sin embargo, fue arrollada por el marketing. Signo y sino de nuestros tiempos y partidos, sin distinción.

El México que habrá de gobernar quien gane las elecciones es un México atribulado, conflictuado, paralizado en lo económico, polarizado en lo político y en efervescencia social. Es un México ensangrentado, violentado y profundamente dividido.

Frente a esa realidad, ser popular, mujer o amoroso no garantiza absolutamente nada.

En ese sentido la irresponsabilidad de nuestros partidos es absoluta. Ninguno piensa en el futuro y viabilidad de la Nación; todos piensan en rendimientos electorales, no en gobernabilidad y eficacia gubernamental. Para ellos lo importante es ganar, no cómo, ni con quién, ni para qué.

Ganar, aunque luego no se pueda, ni sepa gobernar el país.

Para ganar puede que baste la popularidad, para gobernar se requiere mucho más que eso.

La democracia moderna parte de una polis que ya no existe y que jamás conoció el poder de los medios de comunicación masiva.

Democracia sin medios, hoy en día, es una ecuación imposible. Pero democracia con medios es, hoy en día, una ecuación suicida, habida cuenta que los medios son todo menos transparentes, desinteresados y demócratas. Han dejado de ser medios para elevarse en un fin y poder en sí mismos.

La malparida reforma del 2007 dio cuenta, más no solución, del fenómeno.

Pero el problema no es exclusivo de los medios, sino que radica principalmente en una ciudadanía que se rehúsa a ser tal. Si hoy surgiera un candidato que le hablara al ciudadano de sus problemas y soluciones nadie le haría caso. Todos están ocupados en el espectáculo de las guerras sucias y los pleitos de lavadero.

Si hubiese alguien que llamase a valorar capacidades por sobre imagen y popularidad, le tirarían de loco.

Si se llamase a decidir sobre propuestas y no afeites mediáticas, se burlarían de quien lo hiciera.

Nuestros candidatos, partidos y medios son expresión de nuestra renuncia a ser ciudadanos verdaderos.

El marketing nos vende lo que nosotros somos. Nuestros políticos son la expresión más contundente de nuestro fracaso ciudadano.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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