POLÍTICA

Verdad sin calificativos

Verdad sin calificativos

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Cualquier abogado de medio pelo sabe que lo que no está en el expediente no está en el mundo

A Calderón solo le falta pelearse consigo mismo. Un día la agarra contra los legisladores, otro contra los jueces, el siguiente contra los ediles y gobernadores y luego contra académicos, sociedad civil y medios de comunicación. No hay personaje o institución por él aborrecido cuando de echar camorra se trata. Y si ya no hay con quién ensangrentarse en casa, se la recuerda a los gringos por grifos y armamentistas.

¡Oiga Usted, debe ser muy cansado andarse peleando todo el día todos los días con todo mundo!

Pero qué se le va a hacer, Calderón no tiene remedio, más ahora que el reloj lo atormenta y las golondrinas pintan para chacales.

Pero no sólo anda "girito", también reiterativo cual discutidor de cantina, porque a la menor provocación nos suelta lo de "la verdad real y la verdad legal". Y si tamaño despropósito le es permisible a un lego en derecho, no a un abogado. Ahora que si lo hace en su calidad de Presidente de la República para golpear a los otros dos poderes de la Unión y a los poderes federados resulta ya un poco demasiado.

Habría que partir de qué es la verdad real. Según sus dichos, es aquella que la Procuradora y sus muchachos le dicen, pero ésa no es más que la percepción de la susodicha y sus susodichos, que, reflejada y refriteada en los medios, se vende como la verdad de la opinión pública.

Y está bien que los susodichos tengan sus percepciones, crean en ellas y las lleven a los medios para generar una opinión pública favorable, pero de allí a que sea la verdad verdadera dista mucho de ser verdad.

La historia de la humanidad está llena de atrocidades cometidas al fragor de la percepción de la opinión pública. El Señor Guillotin pudiera hablarnos de ello y el montaje para la guerra en Afganistán también.

El juez, sin embargo, no puede basarse en lo que Calderón dice que es la verdad real, sino en la verdad legal. Cualquier abogado de medio pelo sabe que lo que no está en el expediente no está en el mundo. Puede que los noticiarios todos, los periódicos en unanimidad y los pontífices del micrófono y las cámaras en coro consideren como verdad real que alguien es culpable porque así se lo vendió el boletín de prensa de alguna captura telenovelada. Ello, sin embargo, no tiene el menor peso en un procedimiento judicial, donde lo único que existe son los hechos y las pruebas aportadas en el juicio, ergo: la verdad legal.

Dice el Presidente que ellos -los susodichos- los atrapan y atrapan, y los jueces los sueltan y sueltan. Pues alguien tendría que recordarle que no se trata sólo de atrapar, sino que el atrapamiento sea justo, correcto y conforme a derecho. (Remember Michoacanazos y Hankazos)

El juez, y Calderón lo sabe o debiera saberlo, únicamente puede atender a lo que la autoridad persecutora del delito prueba en juicio, no es un problema de percepción, creencia u opinión pública; lo es de probar fehacientemente en juicio en tiempo y forma.

El juzgador, además, está obligado por el principio de inocencia del acusado. Si no nos gusta este principio quitémoslo de la Constitución, pero atengámonos a las consecuencias, porque bastará con que un Ministerio Público tenga la percepción de que somos culpables para pudrirnos en la cárcel de por vida.

Que existe abuso del amparo en México, es cierto; que hay jueces venales es tan verdadero como que hay Ministerios Públicos corruptos y Presidente rijoso; que la justicia en México es todo excepto pronta y expedita es una verdad del tamaño del universo, pero todo ello no es razón suficiente para dejar al ciudadano indefenso frente al poder irrestricto del Estado.

Que me perdonen, pero frente a un Presidente enojado, un Ministerio Público ineficiente y politizado, y una justicia venal, el ciudadano sólo tiene por defensa la verdad legal y las salvaguardas constitucionales de sus garantías y derechos. Y esa es una verdad sin calificativos.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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