POLÍTICA

Guerra

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Cualquiera que haya estudiado historia sabe que abrir la puerta de la guerra es entregar la plaza a la barbarie

La guerra terminó por implantar su realidad macabra, inhumana y asesina.

La primer víctima de toda guerra es lo humano y civilizado de la convivencia en sociedad: el otro deja de ser prójimo y se erige en enemigo. Su existencia amenaza mi existencia y sólo queda matar o morir. No hay guerras humanas, ni humanitarias. Tampoco hay garantías individuales, derechos humanos y vida privada en las guerras.

En la guerra sólo priva una lógica, la de guerra.

Pero no aprendemos: Tan sólo en Europa los cálculos más conservadores consideran 26 millones de muertos en la Segunda Guerra Mundial, de ellos 63% fueron civiles inocentes. Por cada combatiente se calculan diez civiles atrapados en su fuego y secuelas de muerte y destrucción. Civiles fueron los exterminados en los hornos crematorios de Hitler, en los Gulags de Stalin, en los indiscriminados bombardeos aliados, en el sitio de Varsovia y en la matanza en Katýn. En el frente del Pacífico, más de un cuarto de millón de civiles fueron evaporados en nanosegundos a más de un millón de grados centígrados en Hiroshima y Nagasaki, sin obviar los intensos bombardeos previos durante seis meses sobre otras ¡67 ciudades japonesas!, lejanas, por supuesto, al frente de batalla.

Eso es lo malo de jugar a la guerra. Estoy cierto que muchos debieron advertirle a Calderón del riesgo que se corría al meter a México en una lógica de guerra, lo que jamás podré entender es por qué se empecinó sin valorar otras opciones.

Hoy los narcotraficantes han dejado de ser delincuentes perseguidos por la fuerza de la ley, y la policía y autoridades han dejado de ser representantes de la ley; sólo hay enemigos exterminándose y entre ellos la población civil que muere bajo sus balas y locuras. Esa es la lógica de la guerra en la que nos metió Calderón.

En la Segunda Guerra Mundial las fuerzas aliadas bombardearon de día y de noche durante meses las principales ciudades alemanas. Muchas de ellas arrasadas hasta sus cimientos. Cálculos documentados sostienen más de un millón de civiles muertos: niños, ancianos, mujeres, enfermos que no portaban armas ni representaban peligro alguno para sus ejércitos. Esa es la lógica de guerra, de la que no hablan las películas, como hoy los noticieros no hablan de las bajas civiles en Libia, Afganistán o Irak. Esa es la lógica en el Casino Royale en Monterrey y la balacera en las afueras del estadio en Torreón.

Calderón no debiera sorprenderse de ello y menos eximirse de la responsabilidad que le corresponde. Él y sólo él impuso a México una guerra cuya lógica sangrienta ha matado lo humano y civilizado de nuestra convivencia en sociedad.

Cualquiera que haya estudiado historia sabe que abrir la puerta de la guerra es entregar la plaza a la barbarie. Calderón no puede alegar desconocimiento y menos inocencia.

Ahora aprovecha la ola mediática para culpar a legisladores, a gobernadores, alcaldes y jueces nacionales, así como a drogadictos y fabricantes de armas norteamericanos, y con independencia a la carga que le pueda corresponder a cada uno de ellos, la responsabilidad ética, política, histórica, jurídica y social de haber implantado en México una lógica de guerra y sus sangrientas secuelas le corresponde a él indivisiblemente.

Por si ello fuera poco, llevado por el arrebato mediático, Calderón habló y aceptó por primera vez que en México hay narcoterrorismo, concepto que en la lógica guerrera e intervencionista de nuestros vecinos del norte tiene una connotación especial en materia de lo que ellos llaman seguridad nacional y que es el concepto campana que han utilizado históricamente para todo tipo de intervenciones. ¿Qué no habrá alguien en la Cancillería que sepa hacer su trabajo, o es que no les hacen caso?

Finalmente, lo peor y más lamentable es que la delincuencia organizada ya encontró el talón de Aquiles de la estrategia calderonista: actos como lo del estadio en Torreón y el casino en Monterrey inauguran la versión de los bombardeos aliados en la guerra calderonista. Ahora sí, "Sálvese quien pueda".

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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