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Muchas serían las sorpresas si el elector pudiera escoger de entre las listas de los partidos y más aún de entre los listados en ellas, de seguro muchos próceres que coleccionan diputaciones y senadurías jamás volverían a pisar el Congreso

No comparto el fervor antiproporcionales que priva en ciertas franjas de la sociedad, más hijo de la ignorancia que de la sensatez. El sistema proporcional es mil veces mejor que el de mayoría relativa, porque no desperdicia votos y su distorsión en la representatividad reflejada en las Cámaras es mucho menor.

Lo anterior no quiere decir que la aplicación que hemos hecho de la figura en México sea correcta; antes bien está desvirtuada y prostituida.

La representación proporcional es botín de dirigencias y prueba fehaciente de la Ley de Mitchel.

Pero la solución no es suprimir la figura, sino rescatarla: si una dirigencia sabe que alcanzará de 12 a 15 diputados por circunscripción, se asegura de colocarse en ellos, no de inscribir a sus mejores cuadros atento al programa legislativo que abandera.

La figura, que se creó para llevar a las cámaras a expertos en materias diversas, sirve ahora para cubrir cuotas y compromisos partidistas. La calidad legislativa brilla por su ausencia y el desdoro parlamentario no puede ser mayor.

La solución es regresar a los orígenes. En un principio el elector tenía dos votos, uno para mayoría relativa, por el cual elegía al candidato de su predilección, y otro para representación proporcional, por medio del que votaba por la lista del partido por el que optara que, obvio, podía diferir del candidato de mayoría electo con su primer voto.

En ese entonces la hegemonía priista se prestó a construir oposiciones a modo, instruyendo a sus huestes a votar por el PRI en mayoría y por el Ferrocarril, PPS o PARM en representación proporcional. Para evitar esto se juntaron ambos votos y ahora el elector tiene amarrado su voto de representación proporcional al de mayoría: emite un solo sufragio que cuenta para el candidato de mayoría y para la lista del partido del mismo candidato.

Sin embargo, en una circunstancia de alta competencia y voto diferenciado, como la que prevalece hoy en día, debieran separarse los votos de suerte que el elector pueda verdaderamente escoger la lista de RP porque la que desea sufragar. El asunto no es menor, conozco a muchos electores, el que escribe incluido, que anulan su voto por no dárselo a una lista de representación proporcional que consideran afrentosa, no obstante simpatizar con el candidato de mayoría.

Adicionalmente, habría que abrir las listas, es decir, que en lugar que los partidos impongan al elector el orden de prelación en su lista (lista cerrada), sea el ciudadano quien determine el orden en que deban ir los en ella inscritos. El elector así, no sólo podría escoger por qué lista votar, sino la disposición de sus integrantes.

Lo anterior implica una mayor dificultad en los cómputos, pero rompería definitivamente la hegemonía que hoy ejercen hacia dentro de sus partidos y sobre los electores las dirigencias partidistas.

Muchas serían las sorpresas si el elector pudiera escoger de entre las listas de los partidos y más aún de entre los listados en ellas, de seguro muchos próceres que coleccionan diputaciones y senadurías jamás volverían a pisar el Congreso.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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