2012
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El 2012 ocupa todo el horizonte pero su espectro oculta una realidad que pocos quieren ver. Preferimos extraviarnos en lo anecdótico y regodearnos en lo electorero: "que si es Fulanito o Zutanito, que si ya se pelearon, que si son muchos, que si hay noviazgo electorero, que si altura mata carita". Depauperación pura y dura. Los partidos, fieles a su suicida extravío, juegan a pan y circo ahondando la reprobación y asco de que son objeto.
Vamos a una elección con una legislación cuestionada, porosa y vulnerada: la regulación de medios no es una solución, es la bomba de tiempo del 2012; la prohibición de actos anticipados de campaña es un mal chiste y los autores de dichas prohibiciones andan en abierta e infamante campaña (Creel y Navarrete para botones de muestra).
Nuestras autoridades electorales están mochas, cuestionadas, reducidas e inmovilizadas por la dinámica de cuotas. Su desgaste es acelerado y el juego perverso de los partidos de constituirlas, repartírselas y luego golpearlas hasta la ignominia sólo conduce al caos.
Nuestros partidos no ameritan comentario alguno. Su descrédito es inefable.
Los procesos electorales van a la baja, la euforia de hace diez años por democratizar nuestra vida derivó en la entropía foxista, la masacre calderonista y el desencanto partidario.
La ciudadanía está decepcionada, saturada, molesta y preocupada por una economía familiar ajena a los índices macroeconómicos y a la preocupación estatal.
El contexto es de guerra, de regiones bajo el control del crimen organizado, con el Ejército en las calles, con policías que temen salir a trabajar y ahora hasta acudir a sus cuarteles, que son objeto de ataques cada vez más constantes como sangrientos.
La dinámica electoral es de guerra sucia, vacuidades y dispendios. Las campañas están diseñadas para retrasados mentales y cualquier posicionamiento ideológico y programático es impracticable en los formatos de spot comercial diseñados por nuestros insignes legisladores.
La judicialización electoral tiene dos vertientes. La primera es la calderonista, mejor conocida como "michoacanazo", "gregazo" o "hankazo"; consiste en la utilización por parte del Ejecutivo federal de todo el aparato de procuración de justicia, servicios de inteligencia y seguridad nacionales y hasta al Ejército y la Armada en el descarrilamiento, generalmente torpe y fallido, de sus adversarios políticos, sean de casa o ajenos. El 2012 estará marcado por las aprehensiones telenoveladas de García Luna, la sangre que enluta a México y el encarcelamiento de lo que los panista dan en llamar "Peces Gordos" que, desgraciadamente, son muchos pero a quienes sólo se persigue con fines electoreros y no de Estado de Derecho y de justicia a secas.
La otra vertiente es la judicialización electorera. Hoy en día todo es motivo de juicio: la integración de los organismos partidistas, las convocatorias para selección de candidatos, las contiendas internas en todas y cada una de sus fases y por supuesto el proceso electoral en todos sus pasos y en su conjunto. No se trata de triunfar por méritos, sino en desacreditar al contrario o, en su defecto, a la autoridad o al proceso en sí.
La judicialización electorera en México no nos ha hecho más democráticos, pero sí más cínicos; tampoco ha dignificado lo electoral, antes bien lo ha degradado a juicios de fregadero, escándalos armados con propósitos propagandísticos y miserias humanas de mal perdedor.
Nada bueno hay para el 2012, salvo el fin del calderonismo y, quiera Dios, de la noche panista y su masacre sin fin.
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