POLÍTICA

Partidos secuestrados

Partidos secuestrados

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No hay nada en el diseño de nuestros partidos políticos que no sea un instrumento de control

"Dile al Presidente que su amigo el Gobernador le pide el favor de no venir al Estado. El próximo año tengo elecciones y no quiero que su visita me alebreste el gallinero."

Y el Presidente no fue, no obstante tener importantes obras federales por inaugurar y apoyos económicos extraordinarios que anunciar.

Aquella conversación me mostró con toda claridad cómo los políticos utilizan los partidos para llegar, y una vez en el poder los guardan bajo siete llaves.

Los partidos en México son desgastadas y desacreditadas maquinarias electorales que, cual dragones chinos de vistosos colores, inflados de aire y movidos por interpósitas personas, son sacados del closet de tiempo en tiempo por las dirigencias partidistas, a efecto de pasearlos por las calles con artificial algarabía para luego, cuidadosamente doblados, ser guardados a buen recaudo hasta la próxima elección.

Los primeros en no querer que los militantes deliberen, participen y demanden son los propios dirigentes partidistas.

Los Senadores de minoría fueron creados porque el PAN solía tener problemas con quienes salían de la Cámara de Diputados y se quedaban inactivos, concentrándose entonces en tareas partidistas y restringiendo el margen de maniobra de su dirigencia. "Tenemos que ocuparlos en algo para que no estén jodiendo" fue el argumento de Diego Fernández de Cevallos para su creación. No fue una mejor representación democrática lo que se buscó, fue ocupar en algo a cuadros cuya inactividad dificultaba el control partidista de las dirigencias.

Los partidos debieran ser instrumentos de deliberación y participación ciudadana, puntos de encuentro democrático, centros de análisis de problemas sociales y cauce y expresión de causas populares. En otras palabras, los partidos debieran ser espacios ciudadanos y no franquicias con financiamiento público en beneficio de dirigencias cada vez más ajenas al pueblo.

Más que estructuras piramidales, los partidos debieran ser redes sociales construidas en torno a problemas y expresiones ciudadanos, de suerte que quien simpatice con una causa concreta, como puede ser la construcción de un paso a desnivel, un aeropuerto o el desarrollo de proyectos productivos, pueda sumarse a ella, expresar su interés y participar políticamente, sin que ello conlleve a un casamiento de por vida y menos a un voto duro inamovible.

Las maquinarias partidistas son estructuras de control político, no espacios de participación política. Contienen, no impulsan. Por ello su descrédito, también lo desértico de su paisaje, lo inconmovible de sus propuestas, lo cada vez más ridículo de su impostura.

No hay nada en el diseño de nuestros partidos políticos que no sea un instrumento de control, desde la forma como procesan sus decisiones, hasta los mecanismos de participación y discusión: los Consejos Políticos Nacionales del PRI en los últimos años se han hecho en días festivos y lugares distantes, notificados con horas de antelación. Si no me equivoco, el año pasado hubo una sesión de Consejo en Chihuahua el 16 de septiembre y las invitaciones circularon el 15 de septiembre por la tarde en oficinas de los consejeros. La idea, obvio, era que fueran los menos y llenar la sillería con acarreados que, además, no atestiguaron ninguna acalorada discusión, sino discursos pensados para las ocho columnas del día siguiente.

Para las dirigencias, los sistemas de justicia partidaria no son instrumentos de defensa de los derechos políticos del militante, ni de control constitucional y legal de sus actos, sino mecanismos de control político.

Para las dirigencias, sean del partido que sea, la militancia es un problema y un dolor de muelas, el partido en sí mismo un rehén de sus intereses y la ciudadanía un bobo a cautivar con cuentas verdes, fuegos de artificio y dragones chinos.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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