El reto
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Dicen que cuando el alumno está listo aparece el maestro y que las crisis profundas son fraguas de grandes líderes.
En México las cosas son diferentes: las crisis -estructurales o de coyuntura- las paliamos con publicidad oficial, clientelismo electorero, montajes judiciales, escándalos mediáticos y fugas hacía delante. Si lo anterior no funciona, no hay candidatura anticipada que no cure lo que sea, villano favorito que no venga al caso, ni campaña política ajena que no requiera de salvamento providencial.
Fox y Calderón, por citar dos figuras paradigmáticas, no han tenido idea, plan, proyecto ni programa; les han bastado el fantasma del ayer priista y la premonición de su regreso, que sacan a cada rato, cual dragones chinos, para espantar tontos y flotar en aguas procelosas, marasmos de incompetencia, pantanos de corrupción y fracaso histórico. "El coco, el coco…" gritan a la menor provocación, en la soledad de sus noches atormentadas que, parece, son las más, y a la luz del día en toda plaza pública (y universidad extranjera) ante su debacle electoral.
Pero alarma de sobremanera la situación de muchas de las entidades federativas: finanzas quebradas, endeudamiento endémico y monstruoso, instituciones desmanteladas y desdoradas, violencia desbocada y estructuras de gobierno de compromiso y cuotas. Aunado a lo anterior, autismo, ausencia de rumbo, metas, orden y coordinación.
Buena parte de las administraciones estatales sufren de finanzas caóticas, inoperantes y de ruleta; deudas mortales y margen de maniobra inexistente; recursos comprometidos, obras inconclusas, compromisos impagables, nómina ex oficio (mediática, deudas de campaña, cochinitos, diezmos, etc.) insostenible y alarmante.
Tras buena parte de nuestros noveles gobernantes sólo existe una red de compromisos inconfesables, chantajes insostenibles, cuotas onerosas y mediocridades alarmantes. Los equipos carecen de cohesión, comunicación, experiencia y carta de navegación. Desconocen prioridades, ignoran políticas y restricciones presupuestales, los mueven las ocurrencias, los jugos gástricos y los pavores que en ellos o en el jefe despiertan los ataques, las más de las veces interesados, cuando no en abierto chantaje. A muchos de nuestros gobernadores se les arrea a base de noticieros y periodicazos; son montados, no van montados, ni en control de las riendas y el caballo les es desconocido.
Los gobiernos carecen de visión integral, cada asunto se analiza y atiende en compartimientos estancos. Las decisiones así son autistas y aisladas, a veces contradictorias y las más de las veces ineficaces, cuando no contraproducentes.
Las secretarias de Estado son compromisos políticos, botín de guerra, feudos donde el gobernador no puede más que condescender y callar, no instrumentos de gobierno, ni partes de un todo orgánico y armónico.
Situaciones éstas que demandan del gobernante experiencia, capacidad, arte y duende, en el sentido lorquiano del término; vagancia y malicia; un poco de locura, utopía y temeridad; imaginación, corazón y tanates. Estos tiempos no son para gobernantes normales, ni para niños de diez, menos para ortodoxos y dogmáticos, tampoco para figurines publicitarios y popularidades de pasquín. Son tiempos para héroes dignos de Troya.
Mujeres y hombres con imaginación desbordada, pasión fuera de este mundo, voluntad de granito e inteligencia preclara. Creadores de instituciones, forjadores de nuevos mundos, constructores de pactos sociales, tejedores de cohesión social, provocadores de esperanza y concitadores de voluntades.
Líderes, no imágenes. Timoneles que imaginen un nuevo México sin dejar de ser México, que conciten voluntades, pactos y acción común, que forjen una renovada cohesión social y sostengan el interés general por sobre todo y todos.
La moda Fox, figuras mediáticas, empaques publicitarios y fuelles inflados, ya probó su inoperancia. México requiere gobernantes superiores a sus retos. De nosotros depende si así lo demandamos, o nos contentamos con puestas en escena, fuegos de artificio y popularidades fabricadas.
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