Gobernar o hacer la guerra
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Ese tipo de telefonemas los suele recibir la policía, y ella atenderlos, no medio batallón de soldados armados hasta los dientes.
¿Flagrancia? Puede que de los dos sujetos que detuvieron armados haciendo escándalo en un hotel y señalaron el domicilio de Jorge Hank como un lugar donde había armas, pero de nadie más. Personas que no tenían ninguna relación con él, que ya fueron puestos en libertad y que despiden un tufo a burda maquinación.
De haber sido un dispositivo policíaco, la autoridad debió mandar acordonar y vigilar el inmueble y solicitar una orden de cateo. Pero ninguna autoridad competente intervino, las fuerzas armadas irrumpieron en asalto, no en proceso indagatorio. Por fortuna no hubo muertos que lamentar, más pudieron haber caído en la incursión civiles menores de edad que dormían en el domicilio.
Pero, claro, eso lo hace la policía, no el ejército. Y es que hay una gran diferencia entre las funciones y métodos de una y otro, como lo existe también entre gobernar y hacer la guerra.
Gobernar es sujetarse al Estado de Derecho, fundar y motivar todo acto de autoridad, actuar bajo el debido proceso de ley, respetar derechos, libertades y bienes de terceros, rendir cuentas, sujetarse a la justicia. Hacer la guerra es aniquilar al enemigo. Se dice que tal aniquilación se hace bajo las leyes de la guerra, pero la historia y la razón nos dicen que la guerra no tiene leyes. Pregunten si no a Bush, a Khadafi, a Hitler, a Hiroshima, a Bin Laden.
El gobierno trata con ciudadanos, sus mandantes, no sus súbditos; un ejército en combate pelea sin cuartel contra enemigos. Gobernar tiene como fin el bienestar y prosperidad de la ciudadanía, la guerra el exterminio del enemigo. La procuración de justicia pretende la justicia a través de la ley, la estrategia militar la rendición total del contrario.
Calderón confunde gobernar con guerrear, a los ciudadanos con enemigos y a sus adversarios políticos con infieles de su guerra santa. Los ciudadanos y adversarios tienen derechos y libertades, los enemigos deben ser exterminados a toda costa. No es cuestión de progreso y bienestar, es cuestión de matar o ser matado. Tal es la lógica de Calderón. La lógica en la que ha sumido a México, una lógica de guerra y las guerras lo único que producen son muertos, desolación y negocio para algunos.
El Ejército Mexicano ha sido sometido a tareas y riesgos que le son ajenos, sin fundamento jurídico que lo proteja y sustente. Los verdaderos enemigos de México están de plácemes por ello. Cuando sea requerida la intervención de las armas nacionales en tareas que les son propias y necesarias cargarán sobre sus espaldas un injusto desprestigio.
En su lógica de guerra, Calderón sostiene a la menor provocación que no entregará el poder al PRI, que él no será un Zedillo cualquiera. Se olvida que no es quién para decidir y que corresponde a los mexicanos elegir su gobierno.
Se me reclama que en mis escritos defienda a Jorge Hank. No lo defiendo a él, defiendo al Estado de Derecho, éste surge contra los excesos del poder y en protección del individuo, sus derechos y bienes.
No porque exista delincuencia organizada en México o haya empresarios con mala fama y haberes, o políticos corruptos, o jueces venales, o líderes sindicales impresentables podemos permitir que el primer obligado en observar la ley, el Estado, la viole, la pervierta y haga de ella befa y escarnio.
Ningún delincuente, por peligroso que sea, vale instaurar en México un Guantánamo disfrazado en arraigo, la ley fuga enmascarada en guerra de sicarios, o el stalinismo como política de Estado embozado en llamadas anónimas.
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