LETRAS

Llaves que matan

Llaves que matan

Foto Copyright: lfmopinion.com

Dicen que la bala no mata, sino su velocidad. Es cierto, los instrumentos son inofensivos, es su uso lo que daña.

Siempre consideré a la llave como un instrumento útil para mantener los objetos preciados fuera del alcance de quien no deba hacerse de ellos. Por ejemplo, quién puede oponerse a que las armas de fuego se guarden bajo llave, o el dinero, siempre tan antojadizo y a cual más escurridizo. Necesario es ponerlo a buen resguardo de los amantes de lo ajeno y, aún, de nuestra esclavitud al manipuleo consumista.

Estoy convencido de que quien inventó la llave sabía bien lo que hacía; pero uno es el inventor y otro el usuario de lo inventado.

El diseñador de la llave de seguro pensaba en guardar un preciado tesoro, como puede ser la vida misma, pero jamás pudo imaginar que alguien en su sano juicio guardase bajo su invento la fidelidad femenina con cinturones de seguridad.

Yo mismo jamás imaginé hasta dónde puede cambiarnos la vida el uso de las llaves. Todo empezó con inofensivo aviso: llegaba a casa y me encontré con cerradura el mueble del equipo de sonido. Teníamos semanas de casados y en un viejo ropero de la tía Agripina coloqué mi viejo tocadiscos portátil y los discos de mi exigua colección. Al ver mi sorpresa Adela, mi esposa, adelantó que creía que Domitila, la muchacha, utilizaba el aparato en nuestra ausencia y para quitarle la tentación lo mejor era mantenerlo bajo llave. La excusa me sorprendió ya que, aún hoy, cincuenta y tres años después puedo imaginar a Domitila acercándose con pavor reverencial al que de seguro consideraba un aparato diabólico.

Entonces no reparé que la chamaca había llegado de su pueblo dos días antes y hasta entonces conoció la luz eléctrica y sus apagadores. ¡Craso error!, pero mayor fue darle más importancia a la excusa que al poder que las llaves empezaban a ejercer en mi señora.

Sabe Dios cuántas Domitilas sucedieron a la primera a lo largo de nuestro ya largo matrimonio, pero todas gozaron de la hermética desconfianza de Adela. Mi vida se fue así poblando de llaves, a la par que crecía su sospechosismo domitilfóbico. En casa hasta los periódicos usados y los botes de basura se guardaban bajo llave.

El problema no es tener bajo llave el cepillo de dientes, el teléfono, el refrigerador o las pantuflas; que a todo se acostumbra uno. Tampoco que las llaves se guardaran bajo llave:

- Pichoncito, ¿dónde encuentro la llave del control de la televisión?

- Abajo del paragüero, inútil.

- ¿Y éste, panquecito de miel?

- En el closet de visitas, dónde más.

- ¿Y su llave, chorreadita?

- Dentro de mi pantufla dorada en la ropería, desmemoriado.

- ¿Y las llaves, cariño? (tres, para mayor información del lector).

- Con las llaves de la despensa, parece que naciste ayer.

- ¿Y dónde puedo encontrarlas, cielito lindo?

- Pues en el alhajero de cuero.

- ¿Y éstas…?

- Atrás de las cajas de refresco dentro de la caja de herramientas en la bodega del jardín.

Sobra decir que bodega y caja de herramientas también están bajo llaves. Pero a todo se acostumbra uno. Así aprendí a vivir llave bajo llaves. El problema vino cuando mi esposa decidió encerrarse bajo llave del Alzheimer. Desde entonces en casa todo permanece fuera de mi alcance.

Adela sigue sufriendo de paranoia domitílica, no obstante que desde hace más de diez años, que salimos tras las rejas en televisión por la denuncia de una Domitila a la que mi esposa guardó bajo llave ocho años, nadie ha querido trabajar para nosotros.

Hoy mi señora se ha encerrado en casa por dentro y yo he decidido, finalmente, liberarme de las llaves.

#LFMOpinión
#Letras
#Llaves


Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

Sigueme en: