POLÍTICA

Surrealismo mexicano

Surrealismo mexicano

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Que un payaso alburero con peluca verde conduzca un noticiero, le haga de analista político y haya quien lo tome en serio, sólo puede pasar en México

"La Muerte y el Surrealismo en México" fue el tema de la conferencia impartida por Manuel Pereira en el Centro Cultural Helénico el jueves pasado. Lúcida, documentada, ocurrente y admirativa -habrá quien diga, enamorada- es la mirada con que el literato nos observa desde su sitial de extranjero.

Cubano errante desde hace más de veinte años, recaló finalmente hace cinco en México, quedando deslumbrado por la riqueza y colorido de nuestro surrealismo. Se requirió de su pícara mirada de cubano, peregrino y novelista, para penetrar las apariencias y destacarnos del paisaje y del paisanaje el surrealismo que nos es característico pero no vemos por habitual.

En su conferencia, Manuel nos obsequia con infinidad de ejemplos sobre las costumbres, la lengua, el arte y la comida mexicanos. Los mexicanólogos estarían contentos y a la vez celosos por lo penetrante de su mirada.

Quizás por algún resabio inconsciente del régimen cubano del que terminó desencantado -como narra en su novela "Insolación"-, y finalmente autoexiliado, evitó tocar cualquier matiz de nuestro surrealismo político. Estoy cierto que muchas han de ser sus observaciones sobre el tema y su vasta fauna, más entiendo y respeto su silencio.

Lo cual no niega, sino confirma, su aserto: los mexicanos terminamos por no ver el surrealismo que nos rodea y terminamos por considerarlo normal.

Porque que un payaso alburero con peluca verde conduzca un noticiero, le haga de analista político y haya quien lo tome en serio, sólo puede pasar en México. Que los principales candidatos a la Presidencia de la República y sus partidos acepten someterse a su personaje para que les aplique un examen de conocimientos no podría caber en la mente del surrealista europeo más estrambótico y desquiciado.

Que un candidato desconozca los resultados electorales, mande al diablo a las instituciones y termine ungiéndose Presidente legítimo en un acto circense en el Zócalo, sólo es posible en México.

Que una mayoría ciudadana, cual niños de Hamelín, haya seguido ciegamente la hebilla y botas de Fox y llegasen al despropósito de pensar que Martita pudo haber sido Presidente, es tan surrealista como que Creel encabece las encuestas en el depauperado corral albiazul, Calderón sostenga que va ganando su guerra inconsulta y Molinar diga que hoy hay menos violencia en México que en 1992.

Que el PRI tenga como dogma en su declaración de principios la no universalidad del IVA y que el petróleo sea un tema indiscutible no puede ser más que surrealismo.

Que el Presidente y su partido sostengan campañas oficiales contra el Congreso por una supuesta inactividad parlamentaria y el primero ni vete ni publique más de 40 decretos aprobados es de un cinismo surrealista.

Que el hombre más rico del mundo viva en un país donde el 54% de su población vive en pobreza y, además, se rasgue las vestiduras por las prácticas monopólicas de monopolios que le son ajenos, es de un surrealismo ofensivo.

Que seamos un país con niños obesos pero desnutridos y que los empresarios beneficiados de ellos sean reconocidos por sus acciones filantrópicas es de un surrealismo lacerante.

Que los maestros demanden no ser evaluados y Ciro Gómez Leyva urja destruir a un candidato por la "vía sucia-sucia" sin ninguna otra razón que no perder la oportunidad de hacerlo (Milenio 30/05/11) es surrealismo puro.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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