POLÍTICA

Noroñas

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Todos los partidos requieren entre sus filas pícaros -por llamarlos amablemente- que hagan cositas feas

El Meme Garza, en su estilo llano y sabio, explica parte del acontecer priista con el ejemplo del elevador. Dice él que durante años el acceso al poder fue por un elevador, en cuya larga fila se formaba fauna variopinta y mansa.

Lógicamente alguien controlaba el acceso al elevador y la fila no se respetaba puntualmente. Hubo quien teniendo derecho a abordar el elevador nunca lo logró y otros que sin mayores méritos lo hicieron sin despeinarse. Así funcionó el sistema hasta que alguien descubrió que había escaleras y el elevador dejó de tener cariz de exclusividad y hegemonía.

Esto, claro, amplió las vías de acceso al poder, las oxigenó y de alguna manera las democratizó.

Un proceso similar encontramos en todos los partidos y explica el fenómeno Noroña, que Noroñas hay en todos y cada uno de nuestras deslustradas organizaciones ciudadanas.

Viene al cuento reconocer que todos los partidos requieren entre sus filas pícaros -por llamarlos amablemente- que hagan cositas feas. Alguien tiene que reventar las reuniones del competidor, destruir su propaganda, sembrarle bodegas con despensas, provocar sacarlo de sus casillas y, en tratándose de las electorales, boicotear las que históricamente gana, cuidar las que históricamente pierde y, si se puede, en el camino intimidar a los suyos, envalentonar a los propios y ejercer en el camino las artes ocultas de la compra y coacción del voto.

Cabe señalar que los Noroñas vienen en modelos varios, no crea Usted que todos son fajadores callejeros, ¡no Señor¡ los hay con galardones académicos, disfraces demoscópicos, pontificadores mediáticos, empresarios compungidos, ensotanados añorosos y hasta Secretarios de Estado. Sus artes van desde la barbarie tipo Padierna hasta la exquisitez marca Coparmex.

Más centrémonos en el Noroña modelo cavernícola. Todos los partidos los tienen y los usan desde siempre. No está Usted para saberlo ni yo para contarlo, pero al Jefe Diego, sí el de secuestro y luengas barbas, lo conocí en 1967 desempeñándose de Noroña panista en la Cámara de Diputados donde, tras la curul del líder de la fracción panista, González Hinojosa, le mentaba la madre a grito en pecho a cuanto diputado priista tuviese a la vista. Dirá Usted que eran los tiempos de la dictadura priista, pero en esa dictablanda un Diego de barba negra ejercitaba sus pulmones y mentadas sin restricción alguna.

Pues bien, así como en el PRI encontraron las escaleras para evitar el elevador, a los partidos, PRI incluido, les llegó el momento en que sus Noroñas se rebelaron: "¿Por qué hacer el trabajo sucio para que otros lleguen, si podemos llegar nosotros?" Y zas, el firmamento político se pobló de Noroñas, las Cámaras se convirtieron en Bronxs, hay gobernadores que no rebuznan porque no dan el tono (por no mencionar a Secretarios de Estado) y un bulto de nombre Kahwagi dirige ¡el partido de los maestros!

Lo que necesitamos no es reponer el sistema del elevador, sino imponer el del mando ciudadano, es decir, recuperar de las mafias partidistas, a través del ejercicio del voto, el control de acceso a los cargos públicos, premiando y castigando el desempeño de su ejercicio. No se trata de poner cortapisas a la igualdad ciudadana, pero sí empoderar la decisión democrática a través de la participación informada y responsable.

Por ello celebro las candidaturas independientes. Siempre me opuse a ellas, hasta que me di cuenta que con el sistema de partidos que tenemos no íbamos a ningún lado.

Y quién sabe, quizás en treinta años el Noroña de ahora, como el Diego de ayer, sea un hombre que copule con las cúpulas y hasta candidato a la Presidencia resulte.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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