POLÍTICA

Desgobierno

Desgobierno

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Mostraba a un loquito extraviado en los detalles y a un hombre apanicado que en vez de montar y conducir la realidad y su responsabilidad, había sido ensillado y era llevado por el caos de la coyuntura: nada conducía, el caos lo gobernaba

Cual grupo de asalto, la jauría de fotógrafos y camarógrafos entró a la sala de juntas anunciando la llegada del Señor Gobernador con sólo tres horas de retraso. Un record de puntualidad para sus estándares.

Su dilación no había sido en vano. Junto con nosotros fueron estacionados tres secretarios de Estado y dos directores de organismos; por lo que hubo tiempo de presentar nuestra propuesta, discutir pormenores, entablar una relación de relativa confianza, agotar los temas de coyuntura, contar chistes y observar cómo la angustia se apoderaba de ellos al irse inmisericorde la tarde.

La reunión pudo ser un éxito si el titular del Ejecutivo se hubiera concretado a preguntar si ya habíamos platicado. Pero el hubiera es un tiempo perdido. El frenesí de su avanzada era calma chicha al lado del arrebato del funcionario y la cauda de ayudantes que en tropel lo seguía. Saludó, se tomaron las fotografías de rigor y antes de iniciar la reunión el mandatario tomó del centro de la mesa un DVD y ordenó su proyección. Éste era un regalo y no una presentación, así que iniciamos explicando que lo que estábamos viendo no tenía nada que ver con lo que veníamos a tratar. Por alguna relación inconsciente el góber se acordó de una empresa francesa, así que proyección y conversación versaron sobre temas ajenos a junta y asistentes.

Finalmente pude reencauzar la presentación y cedí la palabra al Director de la empresa. Tan pronto empezó a hablar, un ayudante colocó frente al desordenado de su jefe una carpeta. Éste la abrió y empezó a garabatear tarjetas, pedir que lo comunicaran, girar órdenes y atender llamadas, no sin voltear a ver de vez en vez al interlocutor como asegurando que lo escuchaba.

"Estos que los vea Gonzalo; Comunícame con el Secretario de Gobernación; Que mañana vaya Fernando al desayuno; Cambia la gira del miércoles; Qué interesante ¡Oiga Usted! Continúe por favor; Bueno, bueno, oye los cuates esos de los que te hablé ayer se quedaron, hospédalos y emborráchalos. Pero bien cabrón, no andes de pichicato". Para entonces los funcionarios y ayudantes aprovechaban para acercarle más tarjetas y acordar asuntos.

Tarjetas, telefonemas, ayudantes que entraban y salían, y temas inconexos continuaron junto con la proyección que nadie había detenido. Por cerca de media hora atestiguamos el frenesí de lo que pretendía ser gobierno. En un momento dado, sin causa ni lógica alguna, el loquito ordenó que nos asignará una obra: "Que se hagan cargo del derrame de ayer, que mi helicóptero los vuele mañana y empiecen a trabajar".

Nadie chistó. Tarjetas, llamadas, acuerdos, ayudantes y órdenes se sucedían a la velocidad del rayo. Al final, como había llegado, se despidió y salió en horda a una cena con cuatro horas de retraso.

Una semana después el helicóptero seguía sin aparecer y los funcionarios ya no contestaron el teléfono. Con ellos habíamos definido objetivamente un plan de trabajo con opciones viables que, por supuesto, también fueron víctimas por la vorágine demencial.

Para el gobernante su actuar era un dechado de ejecutividad, eficiencia y eficacia; en el fondo sólo mostraba a un loquito extraviado en los detalles y a un hombre apanicado que en vez de montar y conducir la realidad y su responsabilidad, había sido ensillado y era llevado por el caos de la coyuntura: Nada conducía, el caos lo gobernaba. Para Ortega y Gasset lo primero que el verdadero político hace es poner orden y luego actuar con visión, prioridades y ecuanimidad. El verdadero político debe concitar y coordinar la suma de voluntades y esfuerzos, no sólo responder como ratón pavlovliano a los impulsos del momento. Y requiere de orden y mesura.

La conducta descrita no es privativa de un personaje en particular, aunque el evento haya sido verdadero: es la constante de la gobernanza en México en todo nivel de gobierno. Mejor dicho… desgobierno.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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