POLÍTICA

Objetivos contra compromisos

Objetivos contra compromisos

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Toda política pública debe de tener un orden y un concierto, debe ser la suma de vectores que concentren esfuerzos múltiples en una acción común y eficaz, y debe encuadrar en, y responder a, un marco global que otorgue a cada acción la sinergia de un todo orgánico.

Hace unas semanas Otto Granados señaló que antes que programa son menester los grandes objetivos. Y tiene razón.

Cualquier despacho de medio pelo puede pergeñar un programa de gobierno que, por supuesto, nadie va a leer y menos ejecutar; pero que programa habemus, habemus.

Lo cual no quiere decir que no necesitemos centrar la discusión y valoración electoral en propuestas programáticas en vez de guerras sucias y slogans pegajosos e inocuos.

Lo que pasa es que primero debemos discutir y determinar los grandes objetivos nacionales: el qué antes del cómo. El solo decirlo suena a aberración; se supone que la Nación se esfuerza tras objetivos definidos y acordados. Pero la verdad es muy otra. Nunca como ahora México va a la deriva. Y jamás hay buen viento para quien no sabe a dónde se dirige.

Calderón nos metió en una guerra inconsulta con cerca de 40 mil muertos y contando. Nadie sabe cuántos de ellos eran inocentes y se nos regaña un día sí y otro también por cuestionar guerra y saldos. Jamás Calderón propuso en su gris campaña (menos gris que su gobierno, hay que concederlo) una guerra que ensangrentara el País y concentrara todo aliento y política pública.

Y la discusión política hoy está perdida en peteneras y así seguirá…

Somos un País de modas y una moda es andar firmando compromisos; así los programas de gobierno se estructuran de retazos peticionarios, como si una sinfonía pudiera escribirse complaciendo a sus músicos.

Firmar compromisos puede ser una estrategia de venta electorera, pero garantiza una resultante inconexa, no una unidad de acción efectiva.

Una líder de colonia puede considerar prioritario pavimentar porque tiene una pesera, otra una escuela por ser maestra, otra más una iglesia por ser mocha y habrá quien pida un centro de rehabilitación por tener familiares drogadictos, pero no necesariamente porque sean las prioridades de su comunidad. No digo que las demandas no respondan a verdaderas necesidades, pero sí sostengo que su priorización y conexidad no puede hacerse al margen de un plan general que considere todas las variables en juego.

Toda política pública debe de tener un orden y un concierto, debe ser la suma de vectores que concentren esfuerzos múltiples en una acción común y eficaz, y debe encuadrar en, y responder a, un marco global que otorgue a cada acción la sinergia de un todo orgánico.

No se trata de hacer por hacer o por conceder, sino de hacer lo que se deba hacer cuándo se deba hacer y cómo se deba hacer.

Andar firmando compromisos es populismo reloaded. En los setentas lo revolucionario era introducir servicios públicos donde líderes corruptos asentaban a gente menesterosa, sin importar si las zonas llenaban los mínimos indispensables para una vida sana. Ahí están los ejemplos tardíos, pero emblemáticos a cuál más, de Chalco y Chimalhuacán, condenados a vivir bajo aguas negras por más promesas y obras que se hagan, toda vez que nunca debió permitirse asentar gente en las partes más bajas del lago de Texcoco.

Obras podrá ir y venir, discursos y excusas también, pero toda ciénega se anega por ser ciénega. Y eso la sabe hasta el agua.

La firma de compromisos no deja de tener un aíre echeverriaco, recuerda a un Don Luis frenético revisando por todos los rincones del País pupitres y pizarrones, creyendo así resolver el rezago educativo del país. Los resultados están a la vista.

Entronizar esa dinámica de dispersión y capricho como programa de gobierno es un suicidio.

Discutamos a dónde queremos ir, luego veamos cómo y procedamos en consecuencia. La diferencia es montar el caballo o ser ensillado.

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Luis Farias Mackey

Luis Farias Mackey

Ser o no ser, preguntó Hamlet. ¿Soy éste que soy?, preguntó Quetzalcóatl. ¿Vivo yo todavía?, preguntó Zaratustra. La primera es una opción binaria: sé es o no sé es. La segunda es la trama de la vida misma: ser lo que sé es. La tercera es descubrir si, siendo, efectivamente aún sé es. Vivir es un descubrimiento de lo que sé es a cada instante. Porque vivir es hurgar en el cielo y en las entrañas, en los otros -de afuera y de adentro-, del pasado y del presente, de la realidad y la fantasía, de la luz y de las sombras. Es escuchar el silencio en el ruido. Es darse y perderse para renacer y encontrarse. Sólo somos un bosquejo. Nada más paradójico: el día que podemos decir qué somos en definitiva, es que ya no somos. Nuestra vida es una obra terminada, cuando cesa. Así que soy un siendo y un haciéndome. Una búsqueda. Una pregunta al viento. Un tránsito, un puente, un ocaso que no cesa nunca de preguntarse si todavía es.

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