Alianza anti
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Cuando lo que se busca es simplemente que no llegue el otro; cuando se renuncia a cualquier definición y compromiso que no sea evitar el triunfo de un tercero, no sólo se muestra el talante antidemocrático que las motiva, sino el vacío total que las inspira.
Alianza habemus. Lo que no hay es entusiasmo por su destino. Allá Tirios y Troyanos en su esfuerzo por reeditar el voto útil. Nada nuevo bajo el sol: ni propósito, ni discurso, ni desvergüenzas, ni desmemoria.
No preocupan sus desfiguros, cuanto su propósito anti y vacuo.
Me parece, cuando menos, cojo el discurso priista en su contra. Éste se centra en destacar lo antinatural de la asociación de dos fuerzas ideológicamente antagónicas, cuando lo que tendría que argumentarse es la rendición de toda ideología, identidad y programa al pragmatismo "anti" de evitar, aún a pesar de su propia existencia, el triunfo de su verdadero opositor.
En otras palabras, no es el antagonismo aparente de estas fuerzas el que debe destacarse, cuanto el vacío ideológico y programático que las anima, y el "anti" priismo que las define y agota.
Las alianzas electorales no sólo son válidas, sino necesarias en un escenario competido; pero en tanto opción comicial debe animarlas un propósito programático: se aspira al poder para algo, pero cuando lo que se busca es simplemente que no llegue el otro; cuando se renuncia a cualquier definición y compromiso que no sea evitar el triunfo de un tercero, no sólo se muestra el talante antidemocrático que las motiva, sino el vacío total que las inspira.
Lo que preocupa es que esta película ya la vimos y la sufrimos, aún hoy: hace once años Fox llamó al voto útil, la misma patraña pero con otro nombre, para sacar al PRI de Los Pinos. Lo sacó y luego no supo que hacer, salvo el ridículo. Calderón, ayudado por Fox y el oligopolio empresarial, llegó asustando al electorado con el "peligro para México", y luego no supo que hacer, salvo esparcir muerte (más de treinta mil muertos y contando). En ambos casos su propuesta no tenía mayor alcance que evitar que otro llegara.
No se trata, pues, de impulsar un proyecto de Nación, un acuerdo general, un programa de gobierno, un esquema ideológico, una ocurrencia cualquiera; se trata de que no llegue el PRI, aunque el País se les deshaga entre las manos.
La democracia parte de un piso elemental de tolerancia, que permite que todas las expresiones sociales puedan convivir, participar y, eventualmente, alcanzar el poder. Cuando dos fuerzas políticas se reúnen con el sólo propósito de aniquilar las opciones democráticas de un oponente, no se puede hablar que les inspire un espíritu democrático.
La democracia implica someterse a la decisión de la mayoría ciudadana entre diversas opciones de gobierno. Cuando lo que se busca es que esa decisión no sea sobre opciones de gobierno, sino entre filias y fobias, no estamos ante un compromiso democrático, sino ante un talante fascistoide que cultiva la división y el enfrentamiento entre hermanos.
El problema no para allí, ya que no se trata sólo de dos fuerzas políticas, sino que esta alianza es impulsada desde la oficina del titular del Ejecutivo federal, con todo el poder y aparato del Estado, que, por mandato constitucional, está impedido para entrometerse en lo electoral.
No podría ser más lamentable el papel de nuestra izquierda, ¡bueno, lo que queda de lo que algún día fue izquierda! Se pueden entender las telarañas de Camacho y sus ambiciones compartidas con Ebrad; lo que no admite comprensión es que un partido de izquierda se someta, aún a costa de su propia subsistencia, a las patrañas y fobias fascistoides de Calderón.
Por lo demás, no extraña ver en esta pantomima a nuestros demócratas de pompa y ocasión, ya no como ideólogos de la transición, ni paradigmas de la ciudadanización, sino como aval ciudadano de la Santa Alianza. Lo único que los mueve es su impúdico antipriismo.
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